CÚCUTA.- En las paredes de la sala de la casa está pegada parte de la historia de Jorge Hernández. Las fotos muestran esos momentos vividos en el deporte, como turista y en familia. Ahí está suspendido el tiempo que discurre con prisa por la mente de este hombre que alcanzó a saborear la gloria en el balompié profesional.
Todo comenzó en la niñez, etapa de la vida en la que se sueña con libertad y se vislumbra el futuro sin ataduras. El mayor deseo era jugar fútbol y el equipo Lotería de Cúcuta le abrió las puertas hacia esa carrera que duró hasta cuando dijo que no iba más vestido de pantaloneta y camiseta.
De la mano de Alfonso Moreno, profesor apodado Popovic, dio las primeras puntadas en la cancha de Guaimaral. Pasó a Comercial Chino, otro onceno de categorías menores que obtuvo renombre en la ciudad. Las presentaciones en los campeonatos locales lo llevaron a la selección Norte en prejuveninil, juvenil y Sub 23.
- Jugaba de volante 10. Ese para mí fue uno de los grandes retos, porque en esa época era difícil llegar a la profesional, más en esa posición.
Omar Vega, en 1985, tomó las riendas del Cúcuta Deportivo y ante la revuelta de los mayores echó mano de los muchachos que se divertían mientras practicaban esta disciplina. Disputó cinco partidos con la rojinegra entre pecho y espalda. Ese fue el único contacto que tuvo con la escuadra motilona.
En la juventud trazó caminos que siguió mientras correteaba detrás de la pelota. Los entrenamientos y los partidos de la Norte los alternaba con la asistencia a las aulas universitarias para alcanzar el título de administrador de empresas. También, participó en cursos y se especializó en administración deportiva. Trabajaba y ganaba lo justo.
De repente, en los binoculares de Jorge, aparece San Andrés Islas. La historia despega en Ocaña y pasa por Barranquilla, donde permaneció nueve meses y compartió con Miguel Calero y Daniel Tílger y otras figuras nacionales. Un hombre le pintó negocio para volar y sin mayores atascamientos en la contratación llegó a la isla.
- Llegué con la ilusión de ganarme el millón de pesos prometido y luego devolverme. Mentiras, duré cuatro años.
Cleto Castillo, el mismo por el que los cucuteños guardan especial recuerdo, lo sacó del ambiente insular y lo trasladó a Medellín. La dificultad para ganarse la plaza tenía nombres y apellidos. En la nómina estaban Leonel Álvarez, Gildardo Gómez, Luis Carlos Perea. Todos, tipo Selección, que no estaban dispuestos a perder la titular frente a un ‘sanandresano nacido en Cúcuta’. La recompensa fue jugar en Envigado. Como no vio vida, tomó el avión y aterrizó de nuevo en San Andrés.
A los 26 años, decidió que no estaría más en las canchas. Pidió ayuda para irse a Estado Unidos y le consiguieron contrato, por un año, en un crucero. La risa lo sorprende al recordar que en esa enorme embarcación era dishwasher. En español, lavaplatos.
La diosa de la buena suerte no quería desampararlo. El Saprisa (Costa Rica) requería con urgencia de un 10 y ahí estaba. El técnico lo vio, se convenció de la calidad, pero buscaba algo más que un fregador de vajillas en barcos. La nube se desvaneció.
- Dije, me voy para mi casa. En 1999, regresé a Cúcuta. En el 2001, monté mi primera empresa, una agencia de viajes enfocada en turismo deportivo. He ido a cinco mundiales, entre siete y ocho Copas América, finales de Champions y grandes torneos de tenis.
Para con el Cúcuta Deportivo, Jorge tiene una especie de agradecimiento indirecto. Si bien no fue jugador profesional, sí supo aprovechar la época dorada del cuadro rojinegro (2007 – 2008). En esos años la empresa ganó el impulso que requería para posicionarse en el mercado local. Y llevó aficionados a Brasil, México, Uruguay, Chile y Argentina.
El tiempo transcurre y da un salto hasta 2020. En México el Club Altamira, en el estado Tamaulipas, milita en la Liga MXA Independiente. Hasta allá llegó Jorge Hernández para poner en práctica los conocimientos adquiridos en gerencia deportiva. Aprovechó la experiencia ganada en la gerencia y se trajo la idea para montarla en Colombia. Escogió a Ocaña como sede del proyecto.
- Siempre fui un enamorado de Ocaña, porque fue el equipo que me dio el impulso para jugar como profesional. Cuando me llevaron al Sporting, jugaba en el Atlético Ocaña. Hay un cariño especial por la población.
El proyecto no maduró en la capital de la provincia de Los Caro. Regresó a México, viajó a Estados Unidos y montó una agencia de viajes. Volvió a Ocaña, envalentonado y orgulloso para demostrar que los equivocados eran los que no habían respaldado el proyecto. Luego de perder dinero y tiempo, entendió que se había equivocado. En el 2024, gastó $ 104 millones para poner a andar el proceso.
Los contactos alcanzan a llegar a Polonia, Portugal, España, Alemania, México, Honduras, Costa Rica, Argentina y Uruguay. Desde esos lares le dicen que si tiene jugadores, que los lleve. Acató la sugerencia y ahora se precia de tener alumnos en el exterior.
Mateo Ortiz es cucuteño y por estos días vive en Polonia donde quiere hacer carrera como futbolista. Es centrodelantero. Se fue sin el reconocimiento de directivos y aficionados. Daniel Quintero, volante mixto (8), nació en Villa del Rosario y también se mueve en el fútbol polaco. En carpeta quedan Carlos Iguarán, hijo de Arnoldo, y otro joven de Bogotá.
¿Qué le ha quitado el fútbol?
- Me quitó dos grandes amigos, pero me regaló 100 hijos.
¿Duele ver que los muchachos no llegan al profesionalismo?
- Me duele más a mí que a ellos, porque se quedan jugadores con enormes condiciones.
¿Qué le falta por hacer en el fútbol?
- Tengo un lema, mientras le logre cambiar la vida a un muchacho, soy campeón.
¿Hasta dónde quiere llegar con Altamira?
- Tengo un sueño. Creo que va a ser un equipo grande en Colombia.
RAFAEL ANTONIO PABÓN