Aunque todavía quedan rastros de ignominia contra las mujeres en todo el mundo, hoy se puede afirmar que ellas, merced a sus persistentes luchas, han logrado poner en la agenda pública mundial la temática referente a todos sus aspectos como seres humanos dignos y, por ende, con igualdad de derechos y libertades que los hombres.
Desde el 8 de marzo de 1857, cuando estalló la primera huelga femenina en Nueva York en demanda de igualdad de derechos laborales respecto de los de los varones, han sucedido innumerables acontecimientos históricos en pos de reconocerles la categoría de personas con connotaciones físicas, intelectivas, emocionales y psicológicas idénticas a las de los hombres; hasta tal punto que el 8 de marzo de 1952, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), teniendo como base aquella génesis de la reivindicación femenina, admitió e instituyó el ‘Día internacional de la mujer’.
Una mirada retrospectiva para reconocer la barbarie contra ellas, y otra mirada perspectiva para proyectar una mayor brillantez de esos seres humanos, me llevan hoy a presentar un fraterno saludo a todas las mujeres de Colombia. Con él, mi más puro sentimiento de admiración, respeto y condescendencia. Porque es merced a su presencia candorosa en todos los ámbitos del discurrir cotidiano, y a su innegable aporte creador, que el mundo ha conseguido una evolución sostenida.
Una exhortación a ustedes, mujeres, para que sigan liderando la causa del desarrollo de los pueblos. Porque son portadoras del toque mágico que es capaz de convertir en apacible aquello que se muestra indómito; y en transformar en seres pensantes a quienes sucumben a la tentación del dominio a ultranza. En sus mentes, y en la inteligente forma de apuntarle a todas sus acciones, descansa hoy su participación en los procesos de conversión social, cultural, política y económica tan reclamadas por un colectivo humano que, por lo general, prefiere sumirse en las lamentaciones en vez de sumarse a los esfuerzos en pro de mejores condiciones de vida para todos.
Al felicitarlas en su día clásico, que reivindica su dignidad humana, las invito a no desmayar en la batalla por una sociedad en donde todos podamos vivir como hermanos, y en la que el desarrollo integral de todas las personas se convierta en inalienable propósito de vida. Construyendo acercamiento y sensibilidad entre humanos, se decantarán las aristas violentas e injustas que han surgido del comportamiento poco inteligente de las minorías.
JAIRO CALA OTERO
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