Hola, Su Santidad, le escribo desde Cúcuta, la primera ciudad colombiana que sobrevolaste, el miércoles, luego de salir de tierra venezolana. Aquí no alcanzamos a ver el avión por la altura que llevaba, 40.000 pies, y por la nebulosidad que había en el firmamento. Otras dos razones que nos alejaron de la posibilidad de tenerlo en esta tierra que, en materia de fútbol, se reparte el amor entre Argentina y Brasil, cuando se trata de selecciones extrajeras.
Papa, si hubieras venido a la capital de Norte de Santander te habrías enterado de que aquí, en uno de los barrios de la Comuna 6, varios de los jugadores del Cúcuta Deportivo de las décadas de los 60 y 70 del siglo 20 se formaron en el equipo San Lorenzo de Sevilla, y, seguro, te hubiera gustado conocer las historias de esos hombres a los que hoy les duele cómo manosean al once motilón.
Los cucuteños albergamos la ilusión que, de pronto, en el itinerario del avión papal estuviera aterrizar en el ‘Camilo Daza’, porque dos de los monseñores que permanecieron a tu lado en estos cinco días regentaron la Diócesis de Cúcuta. El cardenal Rubén Salazar y el arzobispo Oscar Urbina, presidente de la Conferencia Episcopal, pastorearon este aprisco en procura de salvar a los bautizados o de atraer nuevos creyentes. Pero no ocurrió así.
Si hubieras sobrevolado la ciudad, habrías visto cómo los cerros están ocupados ilegalmente por familias que necesitan techo de verdad, o por quienes encontraron en esta práctica una manera fácil de hacer dinero. Los ranchos, Pontífice, son de madera con cinc, no tienen servicios públicos y están clasificados en los estratos bajos. Las vías polvorientas también sirven de campo deportivo para que los niños sueñen con ser algún día como sus paisanos Diego Maradona o Leonel Messi.
Al llegar al aeropuerto, y luego de recibir el saludo de las autoridades civiles, militares y religiosas, y de escuchar los gritos de júbilo del pueblo, como todavía retumban en los oídos de Riquelme, Palermo y demás integrantes del Boca Juniors del 2007, habrías paseado por la Avenida Los Libertadores y, seguro, no tendría los huecos que hacen recordar a la progenitora del secretario municipal de Infraestructura. A lo mejor, en esta vía, uno que otro taxista en el afán por verte irrespetaba las señales de tránsito seguido por uno que otro busetero y uno que otro motorista. Infracciones perdonables.
Francisco, los cucuteños hacían cuentas alegres para alimentar la esperanza de tenerte en nuestro suelo. En el estadio General Santander, en un partido por la Copa Libertadores (2007) ingresaron 50.000 espectadores. Aquí, en secreto, en esa ocasión los directivos del club rojinegro desaparecieron 31.500 aficionados y nadie los ha enjuiciado. Las cuestas oficiales de ese entonces señalaron que a las tribunas solo llegaron 18.500 hinchas. Gajes del fútbol. En Interferias, malogrado por el no pago de impuestos y vendido por la Dian a particulares, bien acomodaditos y complementado con el terreno que se alista para ser otro centro comercial, más los lotes circundantes, caben casi todos los cucuteños. Y el mejor de los indicadores lo muestra el puente internacional Simón Bolívar. Juanes y sus amigos metieron medio millón de almas, en esa ocasión (2008) no importaba la religión que profesaran, solo debían tener fe en que Chávez y Uribe dejarían de pelear. El concierto tuvo éxito, aunque no se cumplió el objetivo.
Papa, por ese puente que une a Villa del Rosario con San Antonio, y que sirvió de tarima para Alejandro Sanz, Juan Fernando Velasco, Carlos Vives, Juan Luis Guerra, Miguel Bosé y Ricardo Montaner, hoy pasan a pie cientos de venezolanos no en busca de autógrafos de los artistas, sino de comida, porque sufren, tienen hambre y han perdido la confianza en los gobernantes. Son millares de historias escritas con dolor las que llegan desde cualquier estado venezolano. Mientras el común denominador es uno, el sufrimiento y la desesperanza. Cómo les habría caído bien un mensaje papal.
Quizás recuerde a los niños que le dieron la bienvenida en Bogotá. Entre ese grupo había 250 que representaban a los infantes que quedaron en las calles cucuteñas y que con tu visita hubieran conseguido albergue, temporal, es cierto, pero habrían sido unas noches alejados del frío de los andenes, del frío de la indiferencia social y del frío que los congela por la inconsciencia de quienes manejan el dinero que el Estado dispone para alimentarlos y que van a parar a los bolsillos de los adultos avaros. Al menos, verlo sonreír les hubiera devuelto el aliento por unas horas.
Ahora, cuando vuelvas a la cotidianidad del Vaticano, no olvides que una de las primeras canciones con las que te recibieron en Colombia es el bambuco ‘Brisas del Pamplonita’, compuesto por Roberto Irwin con música del maestro Elías M. Soto. Ese es nuestro río, que muere por múltiples motivos. La fauna y la flora han desaparecido y la contaminación es mayúscula. Si hubieras venido, habrías tomado de sus aguas, porque es el que surte el acueducto local. Es nuestro segundo himno.
Si hubieras venido, seguro, uno de los papamóviles habría sido construido en el barrio La Merced con un carro venezolano, al que luego le aplicarían la correspondiente multa por no haber cumplido con la internación de vehículos.
Francisco, debo confesar que sentí envidia cuando dieron a conocer las ciudades que visitarías. Pregunté ¿por qué Cúcuta no? Las respuestas saltaron de inmediato. Y coinciden con las que dieron cuando no fuimos sede del Mundial Sub 20, cuando no nos tienen en cuenta para giras de artistas, cuando los grandes circos no vienen, cuando buscan partidos para la selección y se la llevan para otra parte, cuando no vienen ministros sino viceministros, cuando se llevan las sedes de los institutos descentralizados para Bucaramanga y cuando el Cúcuta toma como sede a Zipáquirá. Pablo VI, Juan Pablo II y ahora Francisco, tres papas en Colombia y ninguno ha mirado hacia Cúcuta. Solo Su Santidad puede perdonarme este arrebato de envidia. Esperaré la penitencia. Un abrazo.
RAFAEL ANTONIO PABÓN