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Los perros callejeros tienen su día

Pensando en todos los perros abandonados, sin “dueño” ni destino cierto. Pensando en esos perros sin nombre, anónimos y ajenos. En los vagabundos de mirada perdida, en los apaleados, en los hambrientos, en los enfermos que sobrviven porque su instinto es vida. Pensando en todos ellos se creó “el Día Internacional del Perro Callejero”. La celebración fue el 27 de julio.

Diario de un perro

Primera semana.

Hoy cumplí una semana de nacido, ¡Qué alegría haber llegado a este mundo.

Primer mes.

Mi mamá me cuida bien. Es una mamá ejemplar.

Segundo mes.

Hoy me separaron de mi mamá. Estaba inquieta y con sus ojos vidriosos, me dijo adiós. Esperando que mi nueva “familia humana” me cuidará tan bien como ella lo había hecho.

Cuarto mes.

He crecido rápido. Todo me llama la atención. Hay varios niños en la casa que para mí son como “hermanitos”. Somos inquietos, ellos me jalan la cola y yo los muerdo jugando.

Quinto mes.

Hoy me regañaron. Mi ama se molestó porque me hice pipi dentro de la casa. Nunca me habían dicho dónde debo hacerlo. Además, duermo en la recamara… ¡No me aguantaba!

Octavo mes.

Soy un perro feliz. Tengo el calor de un hogar. Me siento tan seguro, tan protegido. Creo que mi familia humana me quiere y me consiente. Cuando están comiendo me convidan. El patio es para mí solito y me doy vuelo escarbando como mis antepasados los lobos, cuando escondían la comida. Nunca me educan. Ha de estar bien todo lo que hago.

12 meses.

Hoy cumplí un año. Soy un perro adulto. Mis amos dicen que crecí más de lo que ellos pensaban. Qué orgullosos deben sentirse de mí.

13 meses.

Qué mal me sentí hoy. Mi “hermanito” me quitó la pelota. Nunca agarro sus juguetes. Así que se la quité. Mis mandíbulas se han hecho fuertes y lo lastimé sin querer. Después del susto, me encadenaron casi sin poderme mover. Dicen que van a tenerme en observación y que soy ingrato. No entiendo nada de lo que pasa.

15 meses.

Nada es igual… vivo en la azotea. Me siento solo. Mi familia no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed. Cuando llueve no tengo techo que me cobije.

16 meses.

Hoy me bajaron de la azotea. De seguro mi familia me perdonó y me puse tan contento que daba saltos de gusto. Mi rabo parecía un abanico. Encima de eso, me van a llevar con ellos de paseo. Nos enfilamos hacia la carretera y de repente se pararon. Abrieron la puerta y me bajé feliz, creyendo que haríamos nuestro “día de campo”. No comprendo por qué cerraron la puerta y se fueron.

–         “¡Oigan, esperen!” – ladré – se olvidan de mí. Corrí detrás del carro con todas mis fuerzas. Mi angustia crecía al darme cuenta, que casi me desvanecía y ellos no se detendrían. Me habían olvidado.

17 meses.

He tratado en vano de buscar el camino de regreso a casa. Me siento solo y estoy perdido. En mi sendero hay gente de buen corazón que me ve con tristeza y me da algo de comer. Les agradezco con mi mirada y desde el fondo con mi alma. Quisiera que me adoptaran y sería leal como ninguno. Pero solo dicen “pobre perrito”, se ha de haber perdido.

18 meses.

El otro día pasé por una escuela y vi a muchos niños y jóvenes como mis “hermanitos”. Me acerqué y un grupo de ellos, riéndose, me lanzo una lluvia de piedras “a ver quién tenía mejor puntería”. Una de esas piedras me lastimo el ojo y desde entonces no veo.

19 meses.

Parece mentira. Cuando estaba más bonito se compadecían más de mí. Estoy flaco. Mi aspecto ha cambiado. Perdí mi ojo y la gente me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.

20 meses.

Casi no puedo moverme. Hoy, al tratar de cruzar la calle por donde pasan los carros, uno me arrolló. Según yo, estaba en un lugar seguro llamado “cuneta”, pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor, que hasta se ladeó con tal de centrarme. Ojala me hubiera matado, pero solo me dislocó la cadera. El dolor es terrible, mis patas traseras no me responden y con dificultades me arrastré hacia un poco de hierba a la orilla del camino.

Tengo 10 días bajo el sol, la lluvia, el frío, sin comer. No me puedo mover. El dolor es insoportable. Me siento mal. Quedé en un lugar húmedo y parece que hasta mi pelo se está cayendo. Alguna gente pasa y ni me ve. Otras, dicen: “No te acerques”. Ya casi estoy inconsciente. Alguna fuerza extraña me hizo abrir los ojos. La dulzura de una voz me hizo reaccionar. “Pobre perrito, mira cómo te han dejado”, decía. Junto a ella venía un señor de bata blanca, empezó a tocarme y dijo: “Lo siento señora, pero este perro no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir”.

A la gentil dama se le salieron las lágrimas y asintió. Como pude, moví el rabo y la miré agradeciéndole me ayudara a descansar. Solo sentí el piquete de la inyección y me dormí para siempre pensando en por qué tuve que nacer si nadie me iba a querer. La solución no es echar un perro a la calle, sino educarlo. No conviertas en problema una grata compañía. Ayuda a hacer conciencia y así acabar con el problema de los perros callejeros.

ENVIADO POR INTERNET

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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