No son deportes extremos, ni una satisfacción para los trabajadores de estos oficios. Es la lucha que tienen que hacer día a día para llevar el sustento diario a la casa. Es un juego de idas y venidas, de subir y bajar, de concentración y relajo. En esto se desarrolla el trabajo de Andrés Arcos, Jhoan Portillo y Vladimir Omaña. Los tres, en diferentes escenarios, pero con igualdad de riesgo, ven la ciudad desde otro punto de vista y son apodados ‘los micos’. Por pasársela de palo en palo.Andrés tiene 23 años, es alto, delgado, de piel trigueña y con una amabilidad que lo resalta del grupo. A pesar de su edad tiene experiencia con los cables. Quería estudiar telecomunicaciones, pero por falta de presupuesto en la casa no pudo hacerlo. Trabaja en Telmex hace tres años, los suficientes para conocer esta labor de pies a cabeza. El arte consiste en conectar, cortar y sancionar a aquellos infractores que hurtan señales de antenas parabólicas o de canales nacionales e internacionales. Se ha ganado más de un insulto y una que otra correteada por barrios a los que va a cumplir su misión.
Un día normal para Andrés empieza desde muy temprano. Tiene que marcar tarjeta a las 7: 30 de la mañana y estar en el barrio correspondiente a las 8: 00 en punto, si no corre el riesgo de perder el empleo. Responde económica mente por dos hijos, frutos del amor con Carolina, compañera sentimental con la que lleva 4 años de convivencia, y su madre Estercita.
La mayoría del tiempo se la pasa en las alturas, encima de los postes de la luz y no propiamente para observar la panorámica de la ciudad. La concentración es vital en este oficio. Una equivocación y podría perder el trabajo, dejar a unas cuantas personas sin parabólica y hasta perder la vida. Trata de desempeñarse bien, sin tentaciones al frente. Solo el cielo azul y las aves que se posan en los cables. Este es el diario de Andrés, trabajador y servicial que espera una oportunidad para estudiar telecomunicaciones donde le salga y donde la plata le alcance.
En otro oficio, en otra altura, está Ernesto Portillo, de 30 años, piel blanca, mediana estatura y con cara de pocos amigos. Labora para Centrales Eléctricas hace 8 años. Esa experiencia le da la sabiduría para entender cuándo es hora de cortar un árbol. No se encarga de los cables de luz. Tampoco de conectar o reinstalar. Le corresponde velar porque los árboles estén tengan la altura suficiente y que no perturben las cuerdas de la luz.
Su actividad del día. Cuando tiene que proceder al corte de ramas se monta a una pequeña grúa, que llevan en la parte trasera los carro de Centrales, y sube hasta llegar al objetivo. No siempre cuenta con buena suerte, algunas veces se corta con las astillas. Otras, sale de pelea con los habitantes de la zona en donde lleve a cabo el trabajo, que defienden de la naturaleza y lo acusan de abusador.
Pero la labor no termina ahí. Apenas termina de cortar, se alista para recoger las hojas y ramas taladas, para dejar limpia la ciudad. Siempre termina agotado. El premio a la labor cumplida es una gaseosa. Y a casa.
En otro punto de la ciudad, se encuentra
Vladimir Omaña está en otro punto de la ciudad. Trabaja en la construcción. Tiene 24 años, mide 1,70 de estatura, es acuerpado y de aspecto físico atractivo. Está metido en este mundo desde los 17 años. La experiencia lo respalda para preparar de mezcla, armar columnas y dejar las edificaciones bien hechas. Sus manos fueron unas de las que hicieron las ampliaciones al Sena, en Pescadero, construcción de la que se siente orgulloso y nombra cada vez que le preguntan ¿Dónde ha trabajado?
Su desempeño empezó cuando cursaba décimo grado. Mientras los compañeros salían de paseo, Vladimir acompañaba a su padre, como lo hacían los hermanos menores. No era satisfactorio trabajar en ese campo. Soñaba con ser Policía y no se veía pegando ladrillos. Con el tiempo ingresó a la institución como auxiliar. Luego de tener el uniforme puesto se dio cuenta de que ganaba más como constructor que como agente.
Se ha ganado muchos golpes, moretones y hasta una caída de un segundo piso que lo dejó inconsciente por más de una hora.
Tiene las manos duras y arrugadas por efectos del cemento. No es conflictivo, solo espera que le den lo que se merece por el trabajo en la semana. No aspira a estudiar, se da por bien servido con el cartón de bachiller y la tarjeta militar de primera clase.
Tres personas diferentes, tres distintos empleos. Los tres con una historia qué contar y a los que el trabajo en las alturas les ha dejado uno que otro susto y algunas miraditas a través de las ventanas a un par de piernas mal parqueadas. Los distingue el overol de la empresa para la que trabajan, por lo general están a 38 grados centígrados. Aunque tienen una linda vista de la ciudad ante sus ojos no pueden disfrutarla como quisieran porque podrían correr peligro mortal. La concentración es la base de estos trabajos en las alturas.
Texto: KATERINE ARAGÓN QUIROZ
Estudiante de cuarto semestre de Comunicación Social
Unipamplona-Campus de Villa del Rosario
Fotos: MARIO CAICEDO Drosofilo84@hotmail.com