Son dos las reversadas, en menos de dos meses, las que el presidente Juan Manuel Santos ha hecho a propósito de rimbombantes declaraciones y despliegues periodísticos.
La primera, fue el lanzamiento de un súper hotel en el parque nacional Tayrona, haciendo relación a la empresa que ejecutará el proyecto, y sostuvo que “es famosa en el mundo por turismo ecológico, que se adapta perfectamente al medio ambiente, donde las cabañas producen su propia agua, se incorporan a la cultura”. Días después, y gracias a esa labor filantrópica que en teoría deberían siempre ejercer los medios de comunicación, de forma categórica y contundente echaría para atrás, aduciendo el desconocimiento de la participación de algunos familiares suyos en la empresa, la misma que días atrás estaba piropeando.
La segunda reversada la dio la semana pasada, a solo escasos días de haber dicho, con relación a la tan cuestionada reforma a la educación que “…esa reforma se va a volver Ley de la República”, para terminar proponiendo el retiro del proyecto como contraprestación al cese del exitoso paro estudiantil.
Estas dos reflexiones, personales por cierto, no tienen nada que esgrimir sobre la reforma a la educación ni sobre la zona de reserva del parque nacional Tayrona, sino que encaminan sus frases a llamar la atención sobre determinadas actuaciones del presidente Santos, quien debería desgarrarse el ropaje que por antonomasia ha heredado de su familia como periodista, y encarnar la dignidad de primera autoridad nacional, toda vez que sus salidas teatrales traen, en la mayoría de los casos, decisiones casi que de Estado.
Y no se preocupe, presidente Santos, si el ex presidente Álvaro Uribe le contesta o no sus llamadas. Más bien ocúpese del abandono en el que se encuentra esta zona de frontera, para que la deuda histórica que se tiene no se quede en simples manifestaciones retóricas si no que se pueda evidenciar con hechos contundentes y de fondo.
JUAN CARLOS BAUTISTA
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