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PERFIL DE JESÚS. “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”

Cuenta la historia sagrada que Jesús nació en Belén, pueblo pobre, abandonado, lejos de las grandes ciudades y desprovisto de comodidades. La cuna sencilla, los animales mansos y la estrella brillante fueron los primeros objetos materiales que lo acompañaron.  Los pastores humildes y los padres sumisos lo acunaron y le dieron las primeras muestras de amor.

Ese niño creció y entre las cualidades desarrolladas destacan la obediencia a José y María, y la sabiduría expuesta ante los doctores de la ley en el templo. En esas apariciones públicas iniciales marcó diferencia con los demás y mostró el camino que debía recorrer. Esos años los compartió en el hogar y se convirtieron en la familia modelo de Nazaret.

Hasta que le llegó el momento de revelarse como el Hijo de Dios. “Madre, mis días no han llegado”, respondió a María ante la súplica para que ayudara en la celebración de la boda de Caná. La humildad aprendida de José lo llevó a cumplir el deseo de la madre. Primer milagro que lo mostró como el enviado de Dios, como el mesías, como el salvador.

En la plenitud de la vida, 30 años, con el vigor del hombre forjado por el trabajo duro en el taller y con el cuerpo fortalecido por las labores en la carpintería, salió a cumplir la voluntad del padre espiritual. Era el momento justo y preciso para iniciar el recorrido de ese camino que lo llevaría por pueblos y veredas para predicar la Palabra de Dios, para convertir a pecadores, para perdonar a quienes creyeran, para discrepar con fariseos, para resucitar, para aliviar el dolor, para enseñar a amar, para mostrar el sendero de la salvación.

Tuvo tiempo para escoger a sus amigos, para hablar con avaros, para enfrentar a ricos y poderosos, para predicar en templos y sinagogas, para conversar con samaritanos, para pasar por entre la multitud sin que lo ultrajaran, para caminar sobre el agua, para darles de comer a miles de niños y adultos.

Dejó las bienaventuranzas como enseñanzas de vida, redactó el Padrenuestro, oró en la soledad, lloró por el tiempo cumplido, clamó como ser humano el retiro del cáliz que estaba por beber, dejó que el traidor lo besara en la mejilla. Le dijo al mundo que Dios es amor, que se amen los unos a los otros, que perdonen hasta 70 veces 7 y que el que no tenga pecado que tire la primera piedra.

A ese Jesús, a ese hombre que el demonio tentó, a ese hombre que maldijo la higuera, a ese hombre que echó a los mercaderes del templo, le llegó la hora de hacer cumplir las escrituras. Asumió la voluntad del padre, con obediencia, a sabiendas de que moriría en la cruz, porque así lo habían dicho los profetas y así lo habían dejado escrito.

En el camino al calvario vivió 15 momentos especiales. Lo condenaron a muerte, lo pusieron a cargar la cruz, el peso del madero lo doblegó tres veces, miró a los ojos a María, tuvo ayuda del Cirineo, la Verónica le limpió el rostro, tuvo consuelo para las mujeres de Jerusalén, lo despojaron de las vestiduras y lo clavaron en la cruz.

Hoy, desde lo alto del madero y mientras llega la muerte física, Jesús pide perdón para los saqueadores del erario, para los que humillan a sus semejantes, para los que envenenan a la juventud con estupefacientes, para los que tienen la corrupción como opción de vida y para los que atropellan desde las altas esferas del Gobierno, “porque no saben lo que hacen”.

Promete a los necesitados, como hombre, un paraíso no terrenal, sino un lugar en el que puedan cumplir sus necesidades básicas insatisfechas; un espacio dónde dormir, diferente a los fríos sardineles; un sitio ideal para ver desarrollar los sueños; un techo para descansar y una casa para vivir con dignidad humana.

Fortalece la unidad familiar y entrega a las madres los hijos para que los cuiden desde el vientre y no los asesinen antes de nacer. A los hijos les pide cuidar de las madres para que no deambulen por las calles como pordioseras, en busca de la esquiva moneda con la que llevarán el mendrugo a casa.

Siente soledad, y es esa misma que afrontan las víctimas del conflicto armado y que claman al Gobierno “¿por qué nos han abandonado?”, y a la guerrilla, los paramilitares y las bandas criminales ¿Por qué nos despojaron de la tierra que labrábamos? ¿Por qué nos desplazaron del campo si en la ciudad sufrimos desprecios y humillaciones? ¿Por qué mataron a nuestros padres, esposos, hijos, hermanos? ¿Por qué nos involucran en una guerra que no es nuestra?

Sufre de sed y hambre de justicia para con esos niños que viven en la miseria, y en la pobreza se arrastran hacia un porvenir incierto; para con esos ancianos despreciados por los familiares, por vergüenza; para con esas mujeres viudas de la violencia; para con esos policías y militares mutilados por artefactos explosivos; para con los drogadictos que roban y matan para enriquecer a los narcotraficantes.

Y se muestra resignado por los designios divinos. “Todo se ha cumplido”. Sí, todo está consumado, pero el mundo no ha sido vencido ni doblegado para dejar de luchar por mejores oportunidades para los pobres, para los pecadores, para los que creen, para los que tienen fe.

Bajó la cabeza y entregó el espíritu. Volvió a decir, “Padre”. Volvió a mostrarse como el hijo que regresa a casa. Volvió a invocar la figura paterna. “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. La muerte, esa muerte a la que había vencido, no le fue ajena y el Hijo del Hombre expiró.

RAFAEL ANTONIO PABÓN

rafaelpabon58@hotmail.com

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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