CÚCUTA.
Comienza la partida. El primer movimiento es de libro.
¿Por qué ajedrecista?
En respuesta, Gilberto Valderrama, mueve uno de los peones centrales. Se va al pasado y comienza a depurar los recuerdos. Aparecen las emociones que influyeron en el múltiple campeón y los pensamientos que lo llevaron a dedicarse al deporte ciencia.
Tenía la edad primaveral, esa que les celebran a las niñas, estudiaba séptimo grado, cuando el profesor de historia Ángel María Santafé llevó al salón de clase el tablero, con los 64 escaques bien marcados y las 32 fichas (16 blancas y 16 negras). Poca atención prestó en ese momento y de castigo lo puso a investigar qué era ese juego.
En cumplimiento de la tarea aprendió la historia, los movimientos, las piezas, los campeones y los practicantes. Les explicó a los compañeros, se quedó con el aprendizaje y a los integrantes del curso les fue bien en la materia. El docente, para constatar el aprendizaje de los alumnos, organizó el campeonato ‘inter pupitres’.
Segundo movimiento. Salta el primer caballo. Joel Cárdenas, ebanista y tallador de oficio, lo enseñó a mover las piezas. Regla de oro: pieza que se toca, pieza que se juega. Las demás condiciones las aprendió por el camino. El tutor dejó las costumbres religiosas dominicales para dedicarle tiempo al aprendiz.
Las jornadas podían consumir hasta 12 horas entre partidas y partidas. Hasta que llegó el primer jaque mate a favor del chico. El viejo entristeció y no daba crédito a esa jugada final. El ganador corrió desaforado por la calle, mientras el perdedor quedó en casa sumido en el desconsuelo.
Al día siguiente aprendió otro código. Nunca irse después de ganar. Eso no se hace. Hay que dar la revancha.
- Hay que ser equilibrado. En la derrota no puedo maldecir, ni en la victoria festejar. Hay que tener gallardía. Ser respetuoso con el oponente.
Tercer movimiento. Pronto encontró el enroque. En el torneo del salón de clase los favoritos se enfrentaron, mientras Valderrama pasaba a la final. Suerte de campeón. Para estrenar el título, Joel lo llevó a Ureña (Venezuela) a participar en el torneo de talladores y ebanistas. Entró en remplazo de Cárdenas, arrasó con los rivales y se ganó el botín (650 bolívares). Primer torneo que entró en la hoja de vida del, mucho tiempo después, Maestro.
Ahí comenzó a tomarle gusto al juego. Alcanzó otros títulos y se encumbró a la cima destinada para los campeones del intercolegiado y departamental. Empezó a andar por el camino que deparan los cuadros del tablero, pintados de blanco y negro.
- Creo que el que me motivó me lo dijo de una manera honesta. Me dijo, ‘no te voy a enseñar, juega conmigo hasta donde pueda’. Me enseñó un ebanista, un carpintero.
Cuarto movimiento. Busca la mejor posición de acuerdo con la estructura de los peones. Alguien le recomendó ir a la Liga de Ajedrez para ganar en posición. La primera imagen de la oficina no le agradó. Su nivel de juego no estaba a la altura, a pesar de la motivación. Ni sabía cómo se apuntaban las jugadas.
Jorge Reyes lo recibió, lo orientó, lo ayudó en la formación. En la semana le explicaba movimientos, le enseñaba tácticas y le proponía combinaciones. Pasados pocos días lo invitó al Municipal de Ajedrez. En la primera ronda enfrentó al mentor, perdió. Esa derrota lo alejó del rey y la dama, caballos y alfiles, torres y peones.
Un año después lo convencieron para que regresara. En la vuelta al tablero consiguió tablas. De memoria Gilberto aprendía las partidas y consiguió amigos en el ambiente ajedrecístico.
- Vengo de una generación que está entre los que se creían los mitos y las leyendas con la verdadera realidad vivida que es lo que vemos hoy.
Quinto movimiento. No sacar la dama demasiado pronto. ‘Por qué me endulzas el oído si me quieres amargar la vida’. Soltó la frase para enseñar que si alguien se despoja de lo que sabe y luego se arrepiente, pues que no enseñe.
Las actuaciones en torneos las califica como destacadas. Y entre más desprecios recibe, mayor es el rendimiento. Un día compró el libro Ajedrez magistral, y no tenía idea sobre cómo se leía. Después, adquirió el de Garry Kasparov, y lo llevaba bajo el brazo. Luego, hizo trueque con un ángel y se quedó con el texto de Paul Morphy.
- Ese señor que me cambió el libro era Alfonso Zárate Caballero, campeón departamental y múltiple campeón de Cúcuta.
Gilberto no leía, visualizaba los diagramas y los aprendía. Tuvo en sus manos 200 partidas abiertas (David Bronstein), el libro de Boris Spasky y el de Mikhail Tal. Zárate lo surtió de libros, aunque percibió que la intención no era enseñarle. Alfonso jugaba a ciegas y le ganaba. Y Valderrama aprendió más por observación que por orientación de ese nuevo tutor.
Sexto movimiento. Llevar las torres a las columnas libres de peones. Al llegar a casa rendía informe de los triunfos a la madre. Ella escuchaba sin inmutarse. Hasta cuando soltó la lección: ‘Mijo, ¿por qué se sorprende? ¿Usted no se la pasa en eso? Usted está preparado para eso’.
- Tengo 57 años. ¿Cómo soy el número 1 todavía en el departamento, cuando esta región debería tener más jugadores en volumen y en nivel?
Y suelta la definición que puede entrar en contradicción con los versados en esta materia. El ajedrez no es ni juego, ni ciencia. Jaque a los practicantes. Explicación: tiene elementos de juego y de ciencia. En sí, a lo que se converge es a una lucha. Se quiere vencer al otro como sea.
Séptimo movimiento. En 1987, el desconocido Gilberto Valderrama se coronó subcampeón juvenil nacional. No tenía ranquin. Destacó por el temperamento. Aprendió de la escuela clásica, de manera autodidacta. En ese momento ganó posiciones y saltó al puesto 6 de la clasificación general.
Séptimo movimiento. Dar tablas cuando se las pidan. Es una de las lecciones que todavía lo regresan al lejano pasado, y a manera de arrepentimiento relata lo ocurrido contra Jorge Mario Clavijo, de los grandes de la época.
- Me dijo, ‘¿entonces qué papito, acordamos tablas?’
Gilberto se levantó de la mesa, consultó con el capitán del equipo y la recomendación fue que le jugara. Al final, perdió el medio punto que le ofrecían. La experiencia quedó grabada en la mente. A los días, en Cali tenía la oportunidad de mostrarse como subcampeón nacional juvenil. Norte de Santander estuvo representado por otro deportista. Valderrama se quedó en casa.
En 1988, frustrado, partió a la capital valluna a prestar el servicio militar. Al regreso a Cúcuta, desmotivado por el ajedrez, buscó trabajo en la Occidental de Colombia. Pero el destino no le tenía preparado un lugar en la petrolera. El sitial de honor lo aguardaba junto al tablero y las piezas. Y ¡batatazo! Después de dos años sin jugar, vino para ganar.
Octavo movimiento. El primer subtítulo internacional lo obtuvo en San Cristóbal (Venezuela), en la Feria de San Sebastián (FIS 1990). Los elogios sobraron, llovieron las invitaciones, llegaron los regalos y ganó un súper premio en bolívares. En Cali disputó el primer torneo Iberoamericano (2001). Ahí, aprendió que ‘el ajedrez es un simple juego que requiere mucha seriedad’.
- Anécdota. Siempre me retiro y regreso con buenos logros. He hecho intervalos.
Jaque mate del loco. La historia continúa entre relatos amenizados y dramatizados. En medio de los recuerdos saltan nombres de maestros colombianos y extranjeros. Las imágenes dan cuenta de una vida transcurrida entre defensas sicilianas, francesas, Caro-Kann, Pirc y escandinavas. Y aperturas abierta a cerrada, gambito de dama y de rey, jaque pastor y apertura de pájaros.
RAFAEL ANTONIO PABÓN