Sucedía todos los días en una familia cuando el pequeño hijo regresaba a casa. La mamá le preguntaba: “¿Hijo, qué aprendió hoy en el colegio?”. Respondía: nada. Su madre preocupada, porque siempre recibía la misma respuesta, fue al colegio a consultar el motivo por el que el hijo no aprendía nada. Cuando se acercó a la profesora, le respondió amable, pero acertadamente: “Señora, lo que pasa es que los niños de este colegio no vienen a aprender nada, solo vienen a preguntarlo todo”. No sé si la desconcertada madre cambió de colegio al hijo preguntón. La profesora afirmó algo muy serio científicamente: “las preguntas valen más que las respuestas, y con mayor rigor si vienen de parte de los niños”.
Las preguntas de los niños son, aparentemente, básicas para la ciencia y la investigación. Cada cuestionamiento de ellos no siempre tiene una respuesta, por lo tanto, de fáciles no tiene nada. Los niños preguntan por todo, sin medir límites éticos ni de cortesía social. Quieren saber y eso los impulsa a preguntar. Además, preguntando se llega a todas partes, aun cuando no tenga sentido alguno. Pueden no saber para dónde van ni a dónde quieren llegar, pero preguntan. Preguntar hace parte de su saber, hacer y ser. Es una de las mayores competencias y la hacen evidente preguntando. Ahí está una parte de su educación: la pregunta.
¿Cuánto permitimos que nuestros estudiantes pregunten? ¿Cuánto limitamos las preguntas de los niños, porque son complicadas o simplemente comprometedoras? ¿Qué preguntas están vetadas en la clase? ¿Cómo calificamos a los niños preguntones? ¿Quién merece mayor calificación para nosotros: el preguntón, o el que nunca pregunta y quien, a nuestro criterio, comprendió todo? ¿Son un problema en el aula de clase los niños que preguntan demasiado? ¿Qué tan fácil respondemos las preguntas de los niños?
Las respuestas para los niños, no deben ser simples. No aceptan las cosas mínimas. Quieren saber más allá de lo que pueden ver y tocar, y, sobre todo, quieren saber por qué. En cada clase preguntan por cada invento científico. Observan cada detalle por insignificante que parezca y aprenden de cada uno. Invítelos a venir al colegio, no a aprenderlo todo, sino a preguntarlo todo, pues así aprenderán más cada día.
WENCITH GUZMÁN G.