Se cree que hablar hoy de educación sexual es una tarea fácil. La masificación de información obtenida gracias a la tecnología presupone que el joven, e inclusive el niño accede a muy temprana edad a estos temas. La sexualidad, en época pasada, era vista y asumida por los padres como un tabú que incidía en una crianza ‘puritana’, porque de una u otra forma los adolescentes la vivían con desventajas por cuanto eran blanco fácil de una enfermedad de trasmisión sexual o de embarazos no deseados.
En la actualidad los parámetros con los que se avizora la sexualidad son de libertad sin tapujos. El sexo es mirado como lo que es en realidad: una condición innata de los seres vivos, tan natural como beber agua o dormir. Sin embargo, aún con todo este desbordamiento informático, es irrisorio y hasta mortificante encontrar adolescentes que crean a estas alturas del siglo XXI en fórmulas mágicas y sencillas para evitar el embarazo.
Como docente del área de Biología, me encuentro con preguntas tan alejadas de la realidad como la siguiente: ¿Es cierto que luego de tener relaciones sexuales, si se orina o se toma limón no se queda embarazada? De allí la necesidad e imperiosa decisión del Ministerio de Educación al instaurar la educación sexual como cátedra obligatoria en escuelas y colegios, y de allí también mi deseo de escribir esta columna, como especialista de Educación Sexual de la Universidad Antonio Nariño, para ofrecer un granito de información a los despistados jovencitos.
La educación sexual no es en sí el “acto”, involucra diversas manifestaciones de la conducta que conllevan a la expresión sublime del amor. Esto es lo esencial de la Educación Sexual y desde esta columna iremos abarcando las diferentes temáticas iniciando por la perspectiva histórica de la sexualidad según las culturas.
Hasta la próxima.
Isbelia Gamboa Fajardo