– Aquí la pobreza no existe – lo dijo el taxista mientras conducía por una de las largas avenidas de la Isla de Margarita, convencido de que los pobres no tienen cabida en este estado venezolano, caracterizado por el turismo.
Las agencias de viaje, las aerolíneas, las revistas especializadas, los anuncios en los periódicos, las vallas publicitarias y cuanta manera haya para mostrar las bondades de esta porción de tierra rodeada de agua salada hablan de lo positivo y esconden lo negativo, como el chófer del automóvil que pasea raudo por la carretera en busca de un destino más para mostrar.
Margarita, Coche y Cubagua forman el estado Nueva Esparta, a 38 kilómetros de la costa nororiental continental y rodeada por el mar Caribe. La población estimada es de 450.000 habitantes, más la flotante que componen los visitantes de cualquier lugar del mundo. Con facilidad se escuchan saludos y despedidas en idioma distinto al natal español.
La historia cuenta que Cristóbal Colón, en el tercer viaje (1498), divisó la isla, aunque no la pisó, porque estaba enfermo. Solo la bautizó como Margarita en honor a la infanta de Austria que por esos días llegó a España. Los nativos mejor la relacionan con las perlas que los moluscos crían en el fondo del mar y que forman parte de los múltiples adornos que les ofrecen a los paseantes en colgandejos, prendedores, aretes, cadenas y muchas otras formas de exhibirlas, venderlas y mostrarlas en la lejanía.
– El que es pobre, es porque quiere. Aquí los reales están hechos, solo hay que trabajar.
La sentencia salió de los labios del conductor que mantiene las manos aferradas al volante. No voltea a mirar. Tiene los ojos fijos en lo que el recorrido le ofrece. A 80 kilómetros por hora aparecen ranchos de madera, casas derruidas, edificios abandonados, barriadas de estratos bajos, carros viejos y tiendas pobres.
Hombres y mujeres se sientan en las afueras de la vivienda para ‘descansar de la jornada diaria’. Los hombres están sin camisa y las mujeres llevan faldas anchas. El moreno de la piel en los varones denota las horas que pasan bajo el sol, en plena mar, en busca del pescado para comer, para vender, para mantener a la familia.
– Los margariteños comen pescado al desayuno, al almuerzo y a la comida – dijo Alejandro, conductor de la camioneta acondicionada para los tures por la isla.
Los vendedores informales están disfrazados de comerciantes de recuerdos. No los ven como ambulantes o estacionarios, porque deben ofrecer las camisetas estampadas con el mapa de Margarita, los vasos con el nombre de la isla, los barquitos, los muñecos, los dulces, los licores, los collares, las vírgenes, los rosarios de perlas, las pelotas para la playa, los balones para la piscina y cuanta chuchería puedan comprar argentinos, colombianos, franceses, estadounidenses, puertorriqueños, ecuatorianos, venezolanos y cucuteños.
De los 11 municipios que componen la isla, 10 están dedicados a héroes epónimos del lugar. Arismendi, por el general Juan Bautista Arismendi y la heroína Luisa Cáceres de Arismendi; Antonín del Campo, por Francisco Antolín del Campo; Díaz, por el capitán de navío Antonio Díaz; García, por el contralmirante José María García; Gómez, por el general Francisco Esteban Gómez; Maneiro, por don Manuel Plácido Maneiro; Marcano, por el teniente coronel Gaspar Melchor Marcano; Mariño, por el general en jefe Santiago Mariño; Tubores, por el coronel José Celedonio Tubores, y Villalba, por el cadete Felipe Villalba.
La península de Macanao es la excepción. En esa expansión se reparten el parque nacional Laguna La Restinga, el museo del mar y playas.
– ¿Esas montañas que ven al frente, dónde las han visto? – es la prueba de geografía que hace el chofer de la camioneta. Las seis respuestas resultaron negativas. – Pues en los billetes de $20 bolívares fuertes – atacó el interrogador. El ejercicio siguiente fue sacar la cartera, buscar un billete y comprobar lo dicho por el guía. Positivo.
La entrada a La Restinga tampoco es de mostrar. A lado y lado de la casa que oficia como sede de los lancheros, están los puestos de venta de recuerdos. Más adelante, los viejos marinos vestidos de azul discuten temas propios. El camino para llegar a las embarcaciones es de madera vieja, comida por los días y partida por el peso de los humanos que se aventuran a meterse al mar en busca de tranquilidad.
El viaje continúa y la vista ofrece de nuevo la estampa que el taxista pretende ocultar. Complejos hoteleros tragados por la mala hierba, apartamentos inconclusos, construcciones en obra negra, montones de basura y niños semidesnudos correteando por las calles. Es de noche. Hay tramos oscuros en la ruta y la queja del chófer de la camioneta por la ausencia de agentes de la Policía para cuidar a los turistas, que son la gran industria de Margarita.
Llama la atención el nombre de un sector. El Tirano. Y la pregunta para el anfitrión. ¿Hace referencia a alguien en especial y actual? La respuesta es inmediata, sin mayor reflexión.
– A ese bicho ni lo nombre – como agradecimiento, los pasajeros soltaron las risotadas características de los cucuteños, que conocen a qué se refiere, porque han sufrido las consecuencias de las decisiones tomadas en Miraflores.
Texto y fotos: RAFAEL ANTONIO PABÓN