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La carrera de los polvos

No nos damos cuenta la hora, ni el lugar, ni menos quienes son las personas que nos engendran. Solo la certeza que desde que ellos deciden “hacernos” empezamos una lucha sin tregua por la supervivencia y el peligro o la dicha de lo que significa vivir.

Cuando empezamos la partida a la meta indicada, algunos llegamos, otros se quedan en medio del camino. Somos medalla de oro, no sabemos cómo, ni cuáles fueron nuestras cualidades o agilidad para ganarles a miles de competidores ansiosos de ser los primeros.

A veces compartimos el triunfo porque otro igual de ágil a nosotros tuvo el mismo tiempo de llegada. En otros casos el podio excluye la plata y el bronce, porque son tres los elegidos. Cuando estamos instalados en una vivienda de forma circular, empezamos a depender de la misericordia y suministros del dueño de la morada.

Algunos reciben golpes, maldiciones, lágrimas y dolor porque no somos bienvenidos. Otros, en cambio, reciben el amor destilado en fina pureza. Mientras los medallistas bañados en oro reciben la dicha de la espera, otros salen en contra de su voluntad y no entendemos la razón del corto tiempo de gloria después de una dura lucha por la victoria.

Los de la dicha salen en hombros después de nueves meses de inquilinato gratuito y confortable. Los salientes repentinos salen en cucharas usadas y experimentadas en oficios no gratos, ni justos para los que merecemos el trofeo llamado vida.

Se acaba el tiempo de gloria y salimos al ruedo. Nuevas clasificaciones a justas desconocidas y aspiraciones que nos imponen, porque así es la lucha cotidiana, según lo aprendido desde adentro. Aunque contamos con ciertas comodidades repartidas según la condición socioeconómica; otros, por lo tanto, se conforman con harapos y detalles por la lástima de llegar a un mundo de pobreza y miseria.

El uniforme para las competencias es cómodo para algunos. Vestuario y calzado aptos para los saltos cortos y largos tropiezos. Caídas y ayudas inmediatas de los entrenadores que nos alcahuetean hasta el punto que le agarramos el ritmo al nuevo deporte en práctica.

Este deporte no distingue figura física. Obesos, delgados y sin importar el color de piel contienden para no dejarse descalificar tempranamente. Es rara esta competencia. Se cambia de modalidad y de categoría en forma frecuente. De saltar y brincar en la arena, asfalto y baldosa, pasamos a cargar pesados bultos, llenos de hojas y palos con tizas de colores, aunque a otros les toca a pulso de brazo porque el entorno no da para comprar el kit completo.

Llego, la prueba intelectual, se descansa por un momento del esfuerzo físico, aunque con mayor exigencia debido a las múltiples ramas del conocimiento que afrontamos. Mientras estamos en esa riña intelectual, otros están en las calles dejando a un lado el fuerte y amigo cerebro perdiendo la posibilidad de destacarse y crecer como persona.

Ahí viene el reconocimiento para algunos. La inequidad deportiva, porque algunos se nos facilitaron, mientras los demás viven en una atmósfera onírica de tipo pesadillesco por salir del abismo oscuro de la falta de oportunidades de un país que no prepara eficientemente a sus deportistas.

Así nos la pasamos en cada olimpiada, que dura lo que el destino decide. Unos se jubilan y se reafirman como deportistas estelares y rutilantes. Los demás quedan innatos, empíricos y pidiendo así sea un segundo de gloria que por igual merecen como todos los que empezamos la partida.

EDWIN GELVEZ

edwinlgelvez@hotmail.com

 

 

 

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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