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A pesar de que es una vereda poco conocida, fue golpeada por el conflicto armado. / Foto: Especial para www.contraluzcucuta.

HACIA LO DESCONOCIDO. El Núcleo, vereda alejada de la civilización

Cúcuta tiene lugares curiosos, pero aquí ‘la curiosidad mató al gato’. A las a fuera de la ciudad se pueden deleitar los hermosos paisajes que ofrecen las zonas rurales y observar lo que ha construido la naturaleza por años. A solo 40 minutos en vehículo, o 30 en motocicleta, se encuentra este epicentro desconocido.

Ese mismo que habita gente que ha conservado la esencia del campo, que cultiva y que ha dejado cada gota de sudor en la huerta, aquella que para muchos de la ciudad es un recurso necesario, como los cultivos de arroz.  Ese epicentro lo constituyen veredas y corregimientos, entre los que destacan Buena Esperanza, Puerto Lleras, Bellavista, Brisas de Santa Rosa, San Agustín de los Pozos y La Floresta.

Más allá, al recorrer la carretera, hay paisajes y más paisajes. Al pasar por la Ye se encuentra otra vereda, en la que lo único que acompaña a la brisa y a las ramas de los árboles, es el silencio. Una característica particular de El Núcleo, es que allí se comparten 1100  habitantes.

El Núcleo era conocido por los vecinos como el poblado en el que solo habitaban negros. Hoy, la aglomeración de culturas es diferente. En el caserío solo quedan tres familias afrodescendientes, porque  el tiempo ha dispersado a la población a otros lugares.

Son contadas las calles pavimentadas. Cada sendero por los que la gente se moviliza está adornado solo por piedras. La mayoría de los habitantes tiene motocicleta, con la que trabajan en el campo o utilizan para contrabandear mercancías venezolanas. A 15 minutos, está La Floresta, conocida por el molino de arroz y las casas comerciales, encargadas de aprovisionar a los campesinos para que exploten la tierra.

Jairo ha vivido desde los 15 años en El Núcleo. Relató que, a pesar de que es una vereda poco conocida, fue golpeada por el conflicto armado. Las autodefensas se encontraban por doquier. Aun así han  salido adelante con lo poco que tienen. Hay buena educación proporcionada en el colegio Camilo Torres y a kilómetros está el colegio agrícola Buena Esperanza.

Alrededor del caserío hay miles de hectáreas que le dan un toque específico, ese en el cual se puede percibir el olor de un campo trabajado.

Los jóvenes emprendedores y las amas de casa que no han culminado estudios van lentos, pero seguros en el proceso de formación.  Cada sábado se reúnen en el ‘Camilo Torres’ para participar en el taller con las TIC, alternativa que les permitirá probar las habilidades y ponerlas en práctica para mejorar la calidad de vida.

Mientras se pasea por los alrededores, se disfruta de lo que es El Núcleo, una vereda alejada de la civilización que realmente tiene los tesoros guardados. La gente humilde, el campo trabajado, niños motivados para estudiar y algo único en ese lugar, la paz y la tranquilidad que se perciben.

YULIANA MARTÍNEZ

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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Un comentario

  1. ¿Buena educación? Dirá usted que hay dos colegios que se destacan precisamente por su bajo nivel académico. El ejercicio de la crónica moderna, exige, no tanto la fluidez verbal o la imaginación sin límites; sino la rigurosidad academica

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