VILLA DEL ROSARIO – Norte de Santander.- Los rosarienses tienen razón. Si el municipio histórico quedaba lejos cuando cerraron el separador y no permitieron más el cruce en Rumichaca; ahora, con el miedo por las fotomultas y a 30 kilómetros, la Casa del General Santander, el templo antiguo, La Bagatela y demás atractivos turísticos están a una hora de distancia.
El paseo por la autopista internacional, producto de la intimidación que provoca saber que en pocos días llegará a casa la factura de cobro por exceder la velocidad, comienza después del peaje. Ahí aparece la primera advertencia sobre lo hundido que debe llevarse el acelerador. La aguja no puede marcar más de 60 o el conductor debe atenerse a las consecuencias posteriores.
Esa lenta carrera permite observar que los taxistas también son temerosos del reporte, que los choferes de buses aprendieron a ir despacio, que los conductores particulares no van en esa loca carrera que los afana y que los peatones tienen más tiempo para pasar de un lado a otro de la autopista sin necesidad de utilizar el puente peatonal.
El tacómetro muestra que los límites establecidos semanas atrás se cumplen a cabalidad. La caja automática baja a cambios menores y aparecen con claridad los almacenes de repuestos y las exhibiciones de vehículos nuevos y usados. Pueden leerse los precios de los almuerzos en los restaurantes. El templo del Divino Niño se aprecia en todo su esplendor. Y por fin se distingue la entrada al motel y el nombre sugestivo del club nocturno.
Las figuras en mármol, expuestas a la orilla de la carretera, hacen parte del decorado que escondía la prisa en los automotores. Las artesanías surgen agradables a la vista, los muebles coloniales comparten admiración con las sillas coloridas que no podían apreciarse hasta antes de las fotos que registran infracciones y que obligan pagos superiores a los $ 360.000. Esa es la herencia dejada por la administración de Carlos Julio Socha. Pocos le están agradecidos.
El burro cargado de leña tiene aspecto vivo y puede comprarse para adornar la finca o la casa de campo. Metros después es el indio el que aguarda porque alguien lo adopte y lo lleve a casa de descanso. No promete compañía, pero sí espantará en la noche a los intrusos.
El lago seco, el centro comercial Calypso y la discoteca Cocodrilo hacen parte de los recuerdos que perduran en la autopista internacional. Y justo donde se construye el puente aparece en la mente la imagen de esa estructura blanca que invitaba a la lujuria y al placer desmedidos. Rumichaca no existe como sitio de diversión, solo queda como punto de referencia geográfico, que quizás desaparezca cuando bauticen el paso elevado con el nombre de otro prócer rosariense.
El juego en grupo de estrategia militar y disparos con bolas de colores, las canchas sintéticas de fútbol, la entrada a la Universidad de Pamplona, el hotel y por fin en la casa de Francisco de Paula Santander. Cuántas leyes sin aplicar quedarían guardadas entre esas paredes. Las palmas majestuosas, el templo, más ventas de muebles, la estatua del general y La Parada.
A 30 kilómetros por hora se detalla aquello que al triple de la velocidad no podía verse. Los rosarienses no están de acuerdo con las fotos multas, y tienen razón, porque ahora el municipio queda más lejos. Los que sí están agradecidos son los dueños de esos negocios que antes estaban ocultos a la vista de conductores y pasajeros. ‘Unas de cal y otras de arena’.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
Foto: www.contraluzcucuta.co