El 31 de octubre, Día de las Brujas, los colombianos estarán ocupados en el análisis de los comicios del día anterior. Los ganadores amanecerán alegres y enguayabados, mientras que los perdedores se levantarán con angustia por buscar el billete que gastaron infructuosamente en la campaña.
Ante ese panorama político dominante, preferimos buscar en estos días a una bruja, que pidió mantener en reserva el nombre para evitar que la culpen de tantos males que acosan a Cúcuta, y entrevistarla con tranquilidad y sin afanes.
Como de costumbre, acudimos a la internet y este es el resultado de ese acostumbrado diálogo virtual.
¿En qué momento de la historia comienza la fama de ustedes?
Cuando la Iglesia condenó la brujería como delito de adoración al diablo.
¿Qué poder tomó ese diablo?
Pues que de repente, se convirtió en director de aquelarres y conductor de sabats.
¿Se abrió alguna situación especial?
Sí. Comenzó la caza de brujas, la caza de la angustia.
¿Por qué es importante el siglo XIII en la existencia de las brujas?
A partir de entonces, la línea que separaba la brujería de la herejía se desdibujó por completo. Y las altas jerarquías eclesiásticas convirtieron al demonio en nuestro jefe.
¿Cómo se llegó a esta situación?
El proceso es largo y complicado, pero podemos decir que a fines de la Edad Media, en un clima de crisis brutal, el diablo cobró una fuerza inusitada en la vida de gente acuciada por todo tipo de problemas económicos, sociales, sanitarios, religiosos…
El demonio era una figura abstracta ¿cómo tomó cuerpo?
La tierra se convirtió en un campo de batalla entre las fuerzas del Bien (dirigidas por la Iglesia) y las del Mal (nutridas por un ejército de brujas y brujos adoradores del maligno), y fue entonces, y no antes, cuando se creó la idea de que las brujas se organizaban en una especie de Iglesia paralela con lucifer como soberano, que trataba de acabar con el Papa y el poder de Cristo.
¿A qué población se le achacó inicialmente la brujería?
Las mujeres viejas y pobres fueron las principales víctimas de la histeria que se apoderó de la sociedad de principios de la Edad Moderna.
¿Por qué no miraron hacia las ricas, poderosas y opulentas?
Porque las pobres, además de estar condenadas por la marginalidad social y de clase, eran el chivo expiatorio para que los inquisidores vieran en ellas presas fáciles, perfectas cabezas de turco qué mostrar a una sociedad desesperada.
¿La Iglesia se aprovechó de esta circunstancia?
La Iglesia quedó con un enorme margen de actuación como defensora de la bondad y la verdad en el mundo. Ya tenía al enemigo, ahora sólo restaba perseguirlo y acabarlo y, todo, para salvar el alma atormentada por el pecado.
¿En el siglo XIV cómo les fue?
En el siglo XIII la Iglesia se ocupó de perseguir las grandes herejías; valdenses, cátaros, fraticelli. Sin embargo, no fue la Edad Media la que persiguió a muerte a las brujas, sino el Renacimiento, ese falso remanso de paz racional después de la no menos falsa y arquetípica oscuridad medieval.
¿Recuerda la bula Summis desiderantes, del papa Inocencio VIII (1484)?
Cómo no. Era una especie de declaración de guerra abierta contra las brujas, que instigadas por el maligno, enemigo de la humanidad, asesinaban a niños en el vientre de la madre y se daban a los excesos.
¿A qué se refiere cuando habla de las muertes de niños?
A que, debido a los conocimientos que solía tener una parte de las mujeres sobre hierbas y al mejor conocimiento del cuerpo femenino, eran las que practicaban los abortos cuando se daban.
¿Y en cuanto a los excesos?
Para la mentalidad de la época, el que un grupo de mujeres se reuniera por las noches para charlar, bailar bajo la luna sin pudor (muchas veces bailaban desnudas) y divertirse en una especie de comunidad femenina, no debía ser fácil de entender. Tal vez mantenían contactos sexuales entre ellas.
Volemos en el tiempo. Regresemos a 1232. ¿Qué pasó con el papa Gregorio IX?
Pues que acusó a los habitantes de Stedingerland, en Oldemburgo, de pactos con el maligno, con toda serie de rituales sexuales con zoofilia incluida, relaciones incestuosas y homosexuales, a las que no dudaba en equiparar y condenar.
¿Hubo una biblia para inquisidores?
Sí, claro. Los dominicos Kramer y Sprenger fueron los encargados de perseguir estas ‘depravaciones’. Ellos son los autores del Maellus maleficarum o Martillo de las maléficas (1486).
Fue una época terrible…
Imagínese. Se abrió la veda para la persecución con todas sus consecuencias, y se podía recurrir sin problemas a las torturas con tal de lograr confesiones… Aumentó espectacularmente el número de brujas… Y ante las brutales torturas, quien más quien menos confesaba lo que le pidieran.
¿La creencia en brujas era una superstición sin fundamento?
Para ese momento la Inquisición volcó todas sus armas en la brujería, dándole al pueblo una razón para sus males, castigando a la supuesta fuente de los mismos, proporcionando a la Iglesia un enorme poder de control sobre la sociedad y pingües beneficios económicos con los que llenar sus arcas.
Entonces, era un buen negocio…
La brujería fue capaz de consolar en épocas de crisis, perfecta cabeza de turco en esos mismos momentos, excusa inmejorable para controlar, dominar y ordenar una sociedad, y sistema de recaudación mediante la confiscación de bienes de los acusados y familiares. No se puede negar que la brujería fue un negocio redondo.
¿Puede describirnos la crueldad de los interrogatorios en época de Inquisición?
Vea. Una vez detenido, el acusado era interrogado cada vez con más crueldad pasando por tres grados, en el tercer grado o se moría o se confesaba. Para tales fines no ahorraban imaginación y usaban múltiples métodos: ir aplastando uno a uno los dedos de las manos y los pies; otro, ponían un embudo en la boca y echaban baldes de agua hasta que el estómago casi estallaba y se adquiría un estado similar a la embriaguez; uno más, metían un aparato en la boca y mediante un tornillo abría el extremo como un paraguas, y el del ataúd metálico (Dama de hierro), en el que se encerraba al infeliz como enterrado en vida.
¿Los resultados eran eficaces?
Imagínese. Acababan por confesar, acusaban a otros con los que se reunían y estos a otros, si los obligaban, y así hasta que se daban por satisfechos los inquisidores. En Centro Europa se llegaron a exterminar pueblos enteros y en otros quedaban pocos o un solo habitante. Una vez confesaban se elaboraban los Autos de Fe.
¿Cómo eran los rituales de confesión?
Terribles. En la Plaza Mayor se levantaba un tablado, porque en tales actos el público era numeroso. A los acusados se les solía juzgar desnudos (para que no escondieran ningún hechizo entre las ropas) y afeitado todo el pelo del cuerpo (al que se le atribuía la fuerza). Se les ponía el Sambenito (escapulario) y una coroza (especie de mitra) en la cabeza. El reo llegaba al tablado tras una procesión en la que se le exhibía y se pregonaban sus culpas, luego se lo ponía en el centro del tablado sentado en un taburete y escuchaba el sermón y la pena que se ejecutaba de inmediato.
¿Cuáles eran los crímenes que supuestamente habían cometido esas personas?
En la obra “Demonomanía de los brujos” se hace un listado de los mismos entre los que se incluyen renegar de Dios, maldecirlo, rendir homenaje al demonio, dedicarle sacrificios, ofrecerle hijos antes de que nazcan, matar niños para hacer pócimas con ellos, comer carne humana, profanar cadáveres, beber sangre, envenenamientos, maleficios, provocar la esterilidad del ganado o de los pastos, practicar el incesto y tener prácticas sexuales “aberrantes”, y el trato carnal con el diablo. En algunos casos eran acusados, además, del crimen de traición al Estado, puesto que supuestamente tenían al demonio como máxima autoridad, en vez del Gobierno.
¿Era probar la inocencia de los acusados?
Dígame. Miles de mujeres fueron torturadas, quemadas en hogueras, ahorcadas… probablemente por miedo, por rencillas personales con algún vecino, por la sicosis colectiva, por ser raras, o por tener una mente demasiado abierta para la época que vivían, que las hizo sentirse y mostrarse más libres de lo que sus contemporáneos estaban preparados para aceptar.
¿Usted cree en brujas?
Es innegable que la brujería, la magia, hasta nuestros días forma parte de muchas culturas, no con esto, doy por sentado la credibilidad de su existencia, pero no podemos dejar de lado la realidad de que hubo y hay personas que la practican, que creen en ella y que siempre este tema será digno de estudio por los tantos tópicos que forman parte de su historia.
Gracias, doña bruja por hablar. No olvide la escoba.
Usted fue muy amable al contactarme para que rompiera el silencio de años. Gracias, muchacho, y disfrácese, así sea de político quemado.