CÚCUTA.- Érase una vez una estudiante de microbiología a punto de terminar la preparación universitaria y que debía buscar dónde hacer las pasantías para coronar el título. Las opciones que se le presentaban no la satisfacían. Quería algo más que una empresa de lácteos o una de bebidas gaseosas. Los meses transcurrían y la oportunidad no aparecía en el lejano horizonte profesional.
Ante la presión docente, estuvo a punto de ceder y aceptar el ofrecimiento laboral que se le ponía enfrente. Sin perder la fe en el Dios que cree, estiró al máximo la esperanza para encontrar lo deseado. ¡Eureka! Un día, una profesora se le acercó y con timidez le propuso viaje para Tumaco (Nariño), al otro lado del país. Y aceptó, porque sería la ocasión ideal para explorar ese mundo distante del que poco conocía.
Hoy, cuando han transcurrido 13 años, rememora esos días y con las lágrimas contenidas narra lo vivido y lo sufrido, lo gozado y lo aprendido, lo disfrutado y lo conocido, lo divino y lo humano, el ayer, el hoy y el mañana.
Jenny Parada es microbióloga de la Universidad de Pamplona, con maestría en oceanografía, investigadora sobre el agua de lastre (empleada en la navegación marítima para dar estabilidad a los buques y lograr seguridad y transportación eficaz) y futura bioestadista. Es cucuteña y no quiere perder el acento, porque hace parte de la personalidad fuerte y recia de las mujeres nacidas por acá. Esa que le granjeó el remoquete de La Pola.
- Los dos primeros meses lloraba mucho. Era pura selva y se escuchaban sonidos extraños que no había en Cúcuta. Decían que eran las brujas que molestaban a los nuevos.
Esa experiencia la vivió en la vereda Las Palmas, destino al que llegó para cumplir con la etapa de prácticas profesionales. Ahí están las palmas de aceite, se recoge el fruto, lo procesan y extraen el aceite que exportan. El encargo que tenía Jenny en el laboratorio era producir hongos para el control de plagas y enfermedades del cultivo y así evitar el uso de químicos.
Dos años después, ingresó al Sena para compartir los conocimientos con estudiantes de tecnología y control ambiental, en Tumaco. Los alumnos eran mayores de 30 años, con hijos y problemáticos. La profesora llegaba a los 24. De pronto, se le apareció el ángel que no desampara a los seres humanos. Una sugerencia en clase le permitió conocer la Dirección General Marítima y Portuaria (Dimar). De ahí en adelante comienza otra historia.
La recibió Robinson, jefe del laboratorio, quien no daba crédito de tener a su lado a una microbióloga radicada en Tumaco y soltera. Corría marzo del 2012. En mayo la contrataron.
- Fui a pedir el favor que me prestaran los laboratorios y terminó haciéndome la entrevista para trabajar en la Dimar.
Le ofreció hacerse cargo del laboratorio de microbiología. Le preguntó si había trabajado con agua de mar. La respuesta fue negativa, pero recordó la enseñanza paterna: si no sabe algo diga que usted aprende rápido. Y así fue. Comenzó a leer y lloraba cuando no entendía.
Cuando viajó a Tumaco llevaba la expectativa de permanecer seis meses, el tiempo de la pasantía. Ahora, la propuesta laboral le planteaba la posibilidad de permanecer allá 30 años. Ha pasado la tercera parte. Aunque al comienzo no fue fácil y al mes quería renunciar. El ambiente encontrado era diferente al vivido en el mundo de los civiles.
Después del aprendizaje, la aclimatación, la convivencia y la adquisición de conocimientos llegaron los viajes al exterior. El primer destino fue Argentina, en representación de Colombia para dar a conocer las herramientas implementadas por el país para evitar la trasferencia de especies y para presentar los resultados de las investigaciones efectuadas en el laboratorio.
- Nos encargamos de hacer investigaciones en el mar, en desarrollo de unas políticas nacionales para proteger los océanos.
Dimar participó en la primera expedición antártica en el 2014. El programa antártico colombiano se generó en ese año. Jenny propuso un proyecto para ir a la Antártida y conocer cómo es el ph, tomar muestras, ver qué especies hay y cómo es la dinámica en esa parte del continente. Pasaron tres años y se le concedió el anhelo de viajar.
La salida fue en Cartagena. Estuvieron 84 días mar adentro. Un mes para llegar a la Antártida, otro mes de trabajo y el resto en el regreso. En el trayecto pararon en Valparaíso y en Punta Arenas (Chile).
En el estrecho de Gerlache conoció las estaciones, tomaron muestras de agua, hicieron arrastres con redes para identificar organismos biológicos y bacterias, visitaron las bases fijas y abrieron relaciones internacionales.
- La Antártida es algo maravilloso. Nunca imaginé que terminaría allá. Lloré cuando vi el primer iceberg (masa de hielo flotante) en los canales patagónicos.
A pesar de haber nacido en tierra firme salió buena navegante. Las olas de hasta 10 metros de altura no la marearon y se paseaba oronda por los pasillos del buque. El frío intenso la obligó a vestir dos primeras capas, los uniformes de Dimar, la capa externa, guantes, botas y gorro.
- La experiencia fue muy bacana. Conocí mucha gente. Fue muy chévere. Me gustaría volver a la Antártida. Uno no se imagina algo tan poderoso.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
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