CÚCUTA.- El periodo académico concluyó. Millares de niños terminan la primaria y se encarrilan para un proyecto de mayores esfuerzos y dedicación. La alegría por saber que habrá un periodo de descanso, lejos de los libros y fuera del aula, se expresa y con gusto.
“Ya me gradué”, dijo el preadolescente que acaba de posar para las fotografías del mosaico y que dan sustento para decir que la secundaria lo aguarda. En la sesión participaron 34 chiquillos, que recibirán el respectivo cartón dentro de unos días. Pero hay que adelantar camino para no estar a las carreras de las últimas horas.
La jornada estaba dividida en tres momentos.
Llegada. Los estudiantes lucían el uniforme de gala. Saludo cargado de emoción por volverse a ver. Qué importa si la última clase fue hace ocho días. Abrazos, carreras, gritos, comentarios, gracejos. Son niños los que están reunidos. La algarabía es en grado extremo.
Dos escenarios. Uno a uno, con la compañía más de madres que de padres y uno que otro abuelo, desfilaron para la primera foto. La toga va terciada al hombro derecho, todavía sin birrete y el recuerdo que, seguro, recibirán en el momento de la graduación.
De ahí, un oso, gigante, los aguardaba para la segunda foto. A pararse junto al peluche, ahora sí con la vestimenta que los hace ver elegantes y ceremoniosos. Los afanes corren por cuenta de los acudientes que quieren la mejor pose para el crío. No por desconfianza, sino por seguridad, accionaron la cámara del teléfono celular y registraron ese instante.
Foto en grupo. La profesora Yarley se esforzaba por reunir a los alumnos para la foto general la del grupo, la de mandar a enmarcar. Llamado a lista. “Cáceres, Duarte, Gamboa, Gómez, López, Valencia y los hermanos Pabón”, de ahí hasta contar 34. Algunos atendían de inmediato, otros hacían oídos sordos. Llamado de atención de padres y madres. El nono se quedó al margen.
Los fotógrafos intentaban poner orden en las hileras. Las niñas, juiciosas, tomaron asiento. Los niños, inquietos, desatentos, distraídos. Al frente, los adultos buscaban la mejor posición para tomar la foto con el móvil. Pasaron 25 minutos y al fin se acomodaron. La docente, en el centro, sonriente. Flashes y a tirar el birrete al aire. Oficialmente, ha terminado el año.
“Ya me gradué”, dijo el estudiante mientras se quitaba la toga azul marino. “Bastante que nos ha costado”, dijo la madre y se apuró a tomar de la mano a la hija. Serán dos meses de descanso, porque en febrero los esperan los salones, los pupitres, los cuadernos, los libros y las materias nuevas. En 60 días volverán a verse en los pasillos de la Institución Educativa Gimnasio Campestre ComfaOriente.
RAFAEL ANTONIO PABÓN