- El Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, emblema de una Venezuela moderna, fue desmantelado por los gobiernos socialistas. Su modesta reactivación ofrece esperanza a una nación atribulada.
CARACAS— En un complejo de viviendas en decadencia lleno de callejones llenos de basura, comercios cerrados y jardines estériles se encuentra uno de los mayores tesoros artísticos en América Latina. Las bóvedas que están encima de los sótanos inundados contienen la mayor colección pública de obras de Pablo Picasso en la región. También cientos de millones de dólares en pinturas y dibujos de maestros como Joan Miró, Marc Chagall y Lucian Freud.
Cerca de 700 esculturas de artistas icónicos, entre ellos Salvador Dalí y Fernando Botero, están en un gran salón, amontonadas para protegerlas de la invasión de la humedad. Este es el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (MACC), que alguna vez fue referente de educación cultural, y que ahora es víctima del colapso económico y el autoritarismo.
El museo, impulsado por la riqueza del petróleo venezolano, organizaba exposiciones de artistas de renombre internacional, compraba obras maestras y promovía artistas locales pioneros, proyectando la imagen de una nación que avanzaba a toda velocidad hacia la modernidad y la prosperidad. Ahora, los trabajadores mal remunerados del museo y los funcionarios culturales se esfuerzan por preservar y exhibir la colección luego de años de deterioro, cierres técnicos y la indiferencia de los organismos oficiales.
El declive del museo ilustra los efectos duraderos de la polarización política en la cultura nacional. La “revolución cultural” lanzada por el gobierno socialista de Venezuela en 2001 convirtió en un campo de batalla a todas las instituciones y dividió a los ciudadanos en fronteras ideológicas, destrozando la herencia cultural común de las últimas dos décadas.
“La cultura aquí, como todo, se polarizó”, dijo Álvaro González, experto en conservación artística que trabaja en el museo. “El arraigo de lo que somos lo perdimos”.
Gracias al trabajo del equipo de González y el Ministerio de Cultura, así como a la presión de la sociedad civil y los medios locales venezolanos, el museo reabrió parcialmente en febrero luego de pasar dos años cerrado, un síntoma de la reciente –aunque desigual y modesta– recuperación del país.
Los trabajadores han repintado cinco de las salas de exposición del museo, sellaron el techo que gotea y remplazaron los focos fundidos con mobiliario moderno. Los funcionarios dicen que se realizan reparaciones en las ocho salas restantes.
El espacio renovado muestra 86 obras maestras seleccionadas del acervo de 4500 que posee la colección del museo. Una visita de The New York Times a la bóveda de almacenamiento principal en febrero encontró que las obras más importantes del museo parecen estar en buenas condiciones.
Algunos funcionarios consideran que la reapertura parcial del MACC presagiará una recuperación más amplia del ambiente artístico, en tanto el presidente Nicolás Maduro abandona las políticas sociales y económicas socialistas radicales en pro de un enfoque más moderado con el fin de atraer la inversión privada.
“La colección de nuestros museos es patrimonio de todo el pueblo venezolano, y por eso es tan importante que los espacios estén en óptimas condiciones para su preservación”, comentó Clemente Martínez, presidente de la Fundación Nacional de Museos, que supervisa los museos públicos de Venezuela.
No obstante, varios expertos en arte venezolano dijeron que la remodelación parcial del museo oculta algunos problemas que son más profundos y amenazan su colección. Advierten que el museo no se va a recuperar sin nuevas inversiones significativas y un cambio profundo en el modo en que el Estado venezolano concibe la cultura.
La mayor parte del museo sigue cerrado. El personal técnico especializado se ha marchado en gran medida, víctima de las purgas políticas del exmandatario socialista, Hugo Chávez, o al huir de la caída económica de su sucesor, Maduro.
Años de hiperinflación han vaciado los presupuestos de la institución, al obligar a la mayor parte del personal a migrar o mudarse al sector privado, que paga en dólares. Los altos funcionarios del MACC el año pasado ganaban el equivalente a 12 dólares al mes y el museo contaba con un presupuesto diario de 1,50 dólares para mantener los más de 9000 metros cuadrados de sus instalaciones, según un exempleado que accedió a hablar bajo condición de anonimato por miedo a las represalias.
El Ministerio de Cultura y el director del MACC, Roberto Cárdenas no quisieron hacer comentarios.
“No pueden seguir trabajando solo por el amor al arte”, dijo María Rengifo, quien fue directora del Museo de Bellas Artes de Venezuela, institución hermana del MACC. “Es muy duro ver cómo se han ido todos de los museos”.
Algunos empleados han cometidos robos debido a las dificultades económicas. En noviembre de 2020, oficiales venezolanos de policía detuvieron al jefe de seguridad del MACC y a un curador por participar en el robo de dos obras de los renombrados artistas venezolanos Gertrud Goldschmidt y Carlos Cruz-Diez de las bóvedas.
Los expertos en arte dicen que la colección seguirá en riesgo hasta que el Estado pague salarios decentes, instale sistemas básicos de seguridad y adquiera una póliza de seguros.
Las principales obras del museo valían juntas unos 61 millones de dólares en 1991, la última vez que se llevó a cabo una valuación. Hoy en día, los marchantes de arte dicen que algunas partes de la colección, como las 190 pinturas y grabados de Picasso y 29 pinturas de Miró, valen unas 30 veces más que esa cifra y estiman que el valor combinado se ubica en cientos de millones de dólares, lo que convierte al acervo en un blanco para los criminales.
La crisis económica también ha destrozado el edificio del museo, que forma parte de un proyecto urbanístico llamado Parque Central. Construido durante la bonanza petrolera de principios de los setenta, Parque Central adoptó el lema de “un nuevo estilo de vida” para simbolizar la veloz modernización del país.
El complejo de 10 hectáreas incluía escuelas, piscinas, restaurantes, edificios de oficinas, una estación de metro, una iglesia y un teatro, así como cientos de apartamentos de lujo en unos edificios que hasta 2003 eran los más altos de América Latina. Muchos de los apartamentos fueron puestos a disposición de residentes de clase obrera con hipotecas altamente subsidiadas.
Ahora, los pasillos y pasajes de Parque Central están llenos de basura, fugas de agua, preservativos usados y restos de animales muertos. Lo que antes eran jardines frondosos ahora son terrenos estériles salpicados de charcos llenos de mosquitos. El estacionamiento subterráneo ha quedado a merced de las aguas subterráneas que van subiendo.
El deterioro de Parque Central ha afectado al MACC, que dependía del aire acondicionado del complejo y de su presupuesto de mantenimiento para proteger al acervo artístico de la humedad.
Sin embargo, los expertos en arte consideran que el mayor golpe al museo no es resultado de la desaceleración económica sino de las políticas del Partido Socialista Unido de Venezuela.
Después de ganar la presidencia en 1998, Chávez, un exparacaidista que nació en una familia pobre de provincia, buscó una separación radical con los desacreditados partidos tradicionales, que se habían alternado en el poder desde los años cincuenta.
Chávez, imitando los lemas de su mentor, el líder cubano Fidel Castro, proclamó una “revolución cultural” que buscaba elevar la música, danza y estilos pictóricos tradicionales de Venezuela en detrimento de lo que él llamaba la cultura elitista de sus antecesores.
Uno de sus primeros objetivos fue el MACC, que había sido fundado y administrado desde su fundación por Sofía Ímber, gestora cultural trascendental para el arte en Venezuela. Para Chávez, Ímber encarnaba todo lo que estaba mal en el país: pertenecía a una élite cerrada que había monopolizado la riqueza petrolera de Venezuela.
Dos años después de acceder al poder, Chávez despidió a Ímber del MACC en vivo por televisión. Era la primera vez en 42 años que un presidente de Venezuela intervenía en los centros culturales y resultó un presagio del desmantelamiento más amplio de las instituciones democráticas por parte de Chávez.
“El museo representó una visión del país, un espacio donde la excelencia artística reforzó la democracia y el libre intercambio de ideas”, dijo María Luz Cárdenas, quien era la curadora jefe del MACC durante el mandato de Ímber. “Se chocó con el proyecto del país, del gobierno”.
Las políticas de “inclusión cultural” de Chávez terminaron súbitamente luego de que los precios del petróleo y la economía nacional colapsaron tras su muerte en 2013. Su sucesor, Maduro, mostró poco interés en la alta cultura y enfocó sus menguantes recursos económicos en mantener el poder, mientras arreciaban las protestas masivas y las sanciones económicas.
“Cuando cayeron los precios del crudo, todo el sistema económico que apoyaba la política cultural había colapsado”, dijo Jacques Leenhardt, experto en arte de la Escuela de Estudios Avanzados de Ciencias Sociales de París. “El gobierno populista de Maduro, ahora sin dinero, no hizo nada para proteger este patrimonio cultural”.
El manejo de crisis de Maduro fue muy distinto al de sus aliados, Cuba y Rusia, que han protegido sus tesoros artísticos durante los peores años de sus recesiones.
En la actualidad, las instalaciones prolijas del Museo de Bellas Artes de La Habana contrastan con la decadencia del MACC. La propia Habana se ha convertido en un destino artístico, pues el gobierno comunista de Cuba organiza exposiciones y festivales para atraer divisas y mejorar su reputación. Maduro nunca siguió el ejemplo de Cuba en términos culturales.
Sin embargo, paradójicamente, el colapso económico de Venezuela ahora podría ayudar a revivir las instituciones culturales del país, dijo Óscar Sotillo, que dirigía el MACC el año pasado.
Para sobrevivir a las sanciones estadounidenses, en los dos últimos años, Maduro ha empezado a cortejar discretamente a los inversionistas privados y ha devuelto algunas empresas nacionalizadas a sus dueños previos.
Esta moderación forzada se ha propagado al mundo del arte. Adriana Meneses, hija de Ímber, dijo que el gobierno la había contactado recientemente para recaudar fondos para apoyar proyectos culturales entre la diáspora venezolana, tradicionalmente adversa al gobierno, algo que hace unos años era impensable.
El gobierno también empezó a reparar el icónico Teatro Teresa Carreño y la Universidad Central de Venezuela, un sitio que es Patrimonio Mundial de la Unesco. La muy aplaudida red de orquestas infantiles estatales de Venezuela está negociando auspicios con el sector privado.
Las galerías privadas de Caracas están viviendo una bonanza, pues los oligarcas y funcionarios educados en Europa y Estados Unidos invierten su fortuna en el arte, imitando el estilo de vida de las élites tradicionales y adineradas.
“El arte tiene esta posibilidad de trascender la política”, dijo Sotillo. “¿Y qué es un país sino su cultura? El patrimonio no tiene precio”.
ANATOLY KURMANAEV
Corresponsal radicado en Ciudad de México, desde donde cubre México, Centroamérica y el Caribe. Antes de integrarse a la corresponsalía de México en 2021, pasó ocho años reportando desde Caracas sobre Venezuela y la región vecina. @akurmanaev
ISAYEN HERRERA
Colaboraron con la reportería Ed Augustin, en La Habana, y Robin Pogrebin, en Nueva York.