CÚCUTA.- Había una vea un directivo de fútbol al que le regalaron un equipo para que se hiciera rico. A cambio de mantenerlo en Primera División lo descendió con el único afán de abultar las cuentas bancarias. El correr del tiempo lo volvió promesero y cada vez que comenzaba un año repetía la frase que alguien le escribió: este año será el nuestro.
El afortunado, cuenta la historia, era ciego y no podía ver lo que ocurría en el estadio. Nunca se enteró de la cantidad de aficionados que seguían al club. También, era sordo y nunca se percató de la pasión con la que vivían el fútbol en esa ciudad.
Jornada tras jornada los hinchas se endeudaban para asistir al partido siguiente con la ilusión de ver el equipo entre los grandes. El dueño, en vez de agraciarse con los partidarios, tomó la decisión de irse para otro lugar y nombró a su alter ego para que lo escudara.
El Sancho recién llegado aprendió la lección de vender humo y tampoco cumplió lo prometido. Hasta que vino un extranjero y con palabras sencillas descubrió lo que los propietarios del equipo no querían ver. “Que linda plaza futbolera”, dijo Alfredo Arias, uruguayo de nacimiento y técnico del Deportivo Independiente Medellín.
A pesar de los hachepetazos que se llevó del General Santander, supo reconocer la grandeza de los aficionados. “Tanta gente y alentando a su equipo todo el partido”. Cómo les hubiera gustado a los hinchas rojinegros haber oído esas palabras del escurridizo José Augusto Cadena. Pero las utopías también caben en el fútbol.
“Un lindo estadio, la cancha impecable, eso es lo que permite que un espectáculo se desarrolle”. Así se reconoce lo que se tiene, y lo hizo Arias, porque sabe de fútbol. Los demás “a la camisa”.
RAFAEL ANTONIO PABÓN