CÚCUTA.- Las oportunidades, cuando la vida las ofrece, no se les puede hacer el quite, porque, seguro, no volverán. En cualquier momento aparecen y se debe estar atento para tomarlas por los cachos. Así sean cornicortas, debe tenerse el temple para ponerles el pecho y aprovecharlas.
Carlos Mario Alzate se divertía en la Plaza de Ferias de Cúcuta, asistía a los entrenamientos de los toreros y contemplaba los toros criollos. Soñaba. A su lado permanecían Sebastián Vargas, Omar Díaz y el hijo de Pedro Buitrago, El Soriano. Salieron de la cantera del barrio Sevilla. Puntillita y los Enanos Toreros eran los héroes.
Ese fervor por la tauromaquia impulsó a los muchachos hasta Bogotá. El día de la visita al tentadero se dio la casualidad que le faltaba para tomar en serio el oficio. El picador no asistió a la cita. La pregunta no sobró. ¿Quiere picar? La respuesta fue inmediata. Sí. El requisito lo cumplía, tenía idea de montar a caballo. Y entonces…
- La historia sobre cómo me hice picador de toros es bonita, como la de muchos. Ahí nací.
Luego, Gitanillo de América y Sebastián Vargas lo llevaron en las cuadrillas y el matador Héctor Jiménez, que manejaba dos ganaderías, lo pulió como picador y se hizo profesional.
El picador debe reunir una serie de condiciones y cualidades que le permiten pertenecer al grupo de colaboradores especiales del torero para que la fiesta salga a la perfección. Debe saber montar a caballo, conocer de los encastes de las ganaderías y tener buena puntería. La suerte de varas es compleja y es en la que se mide la bravura del toro. Es el alma de la fiesta.
Desde la barrera, la contrabarrera, las gradas, las andanadas, sol o sombra los aficionados despachan silbidos, abucheos y madrazos a los picadores. No entienden que es el momento ideal para comprobar la bravura del animal. Ahí, se observa la naturaleza del toro.
- Básicamente, en ese instante no se piensa nada. Yo en el caballo disfruto, porque trabajo para mi matador, para mi jefe de cuadrilla. Nos ponemos de acuerdo, porque no se puede picar a un toro para acabarlo y que no le quede materia prima para el matador.
Quién lo creyera. A ese hombre que le arrojan sombreros, latas de cerveza, trozos de hielo y hasta monedas también lo premian. Aunque para Carlos el trofeo más bonito que puede recibir es saber que cumplió con la labor encomendada y de la mejor manera. En casa guarda trofeos ganados en Cartagena, Bogotá, Armenia, y en Venezuela, en Mérida, San Cristóbal, Tobar y de otras plazas por las que ha pasado.
No tiene preferencia por un coso taurino, en todos se ha sentido cómodo. En cambio, recuerda con especial agrado los paseíllos que más sentimiento le han despertado. Bogotá y Manizales lo erizaron, porque son mágicos. Incluso, recuerda esas tardes en pueblos pequeños, en los que lidiaron animales que no clasificaban para plazas de primera.
¿Hay diferencia entre torear en una feria grande y en un pueblito?
- Sí. En las de primera hay reglamentos, normas, y la suerte de varas se ejecuta de una manera. En los pueblos no hay formalismos y uno abrevia.
El pan de cada día en una corrida es que el toro, con la fuerza descomunal que desarrolla en el ruedo, tumbe al picador y los aficionados disfrutan ese espectáculo. Lo toman como la revancha del animal. En cambio, los mansos son tomados por malos y ni siquiera se dejan picar.
Y bravos, muchos. Destacan los de Mondoñedo, los de Dayro Chica, los de Clarasierra, los de Santa Coloma, los de Fuentelapeña. En Venezuela, los de Juan Campolargo. En esencia es que sean bravos y esa bravura se mide en la pica.
El binomio hombre – caballo es importante. Los humanos sienten pánico y aprenden a canalizarlo. El caballo es fundamental, porque siente el miedo o el valor que tiene el jinete. El caballo olfatea, siente al que tiene encima y siente los pasos del toro y oye el ambiente.
¿Un caballo para recordar?
- En la cuadra de Héctor del Busto, es la mejor de América, uno que se llamaba Bambi. Y otro de Nelson Segura, que también se llamaba Bambi. Eran caballos que uno sabía que no había toro que les pudiera.
El Congreso de la República decidió acabar con las corridas de toros en Colombia. Son muchos los hombres y mujeres que dependen de la fiesta brava. Entre esos nuevos desempleados está Carlos Mario Alzate.
- Hoy, estoy dedicado a otros oficios ajenos a la fiesta brava, que es lo que queremos. Trabajo con computadores, sistemas, me rebusco con eso. Esa es mi nueva profesión.
RAFAEL ANTONIO PABÓN