CÚCUTA.- El 22 de abril cumplirá 70 años y desde los 7 canta. Un sacerdote misionero lo escuchó y lo invitó para que hiciera una de las voces del coro. En la escuela, en cambio, una profesora por poco trunca el camino musical. La docente no veía con buenos ojos que llevara la ropa remendada y lo marginó del grupo coral. Años después, se encontraron en la calle y la mujer se sorprendió al verlo como integrante de una orquesta. No pudo contener las lágrimas.
- De ahí en adelante comenzó mi carrera. Soy profesor y todos los niños son mis amigos. Al que no sabe cantar lo enseño.
En los últimos años, Marco Tulio Ostos, trabajó en la escuela Mariscal Sucre, en San Cristóbal. El sueldo devengado no era suficiente para sufragar los gastos familiares y tomó la iniciativa de empacar el instrumento de cuerda con el que se defiende en las calles cucuteñas y comenzar de la nada. Al principio, le costaba pararse en los cruces viales, tocar, cantar y aguardar la moneda.
Han pasado largos meses desde la primera vez que se ruborizó delante de un alumno que lo reconoció. Ahora, actúa con naturalidad, tiene el repertorio escogido y según el tiempo y el número de canciones sabe cuánto dinero ha ganado. Un día bueno recoge hasta $ 100.000. Uno malo, solo $ 10.000.
- Mi sueldo allá eran mil pesos diarios. ¿Qué hago con ese dinero? Son $ 30.000 mensuales. ¿Para qué sirven?
Comenzó a tocar guitarra. Aprendió de vista mientras en la barbería le enseñaban al hermano. Hoy, también toca el cuatro y el octavo (un cuatro con cuatro cuerdas más) que lo acompañó en el recorrido por Bucaramanga y Medellín. Puede ser afinado como el cuatro o como el tiple. Ese instrumento, que lo tiene desde Barquisimeto, es el que hace sonar para deleite de conductores y peatones en una esquina cucuteña.
La primera canción que interpretó en la guitarra del hermano fue El pájaro amarillo. De ahí en adelante se interesó en estudiar. Ingresó a la Escuela Departamento del Folclor, en la capital del estado Táchira. Viajó a Caracas para complementar el aprendizaje. Recita los nombres de los profesores y se regocija al recordar que se hicieron doctores en música para investigar y conocer a fondo la música venezolana.
- Logré estudiar y prepararme. Luego, me vine a San Cristóbal a trabajar como profesor en la escuela Francisco Javier García Hevia (Santa Ana). Me trasladaron para la escuela Perpetuo Socorro, después pasé a las escuelas Román Cárdenas, Simón Bolívar, Ana Dolores Fernández. En la última que estuve fue en la Mariscal Sucre.
Agradece a Dios, porque los colombianos lo han tratado bien. En el debut como artista callejero, hace siete años, recolectó $ 80.000. Se animó y al siguiente día regresó. Las piernas le temblaban por el miedo escénico. No era capaz de estirar la mano para recibir la recompensa por el trabajo que cumplía. Gabriela, joven y paisana, se le unió y lo impulsó hasta dejarlo solo.
A las 7:00 de la mañana, los cucuteños que van al trabajo o a llevar los hijos a estudiar lo encuentran en uno de los cruces de la Diagonal Santander. Es un hombre menudo, que llama la atención porque lleva colgado el amplificador, al que tiene conectado el micrófono. Esos implementos los compró acá, en la ciudad. Regresa a casa en la noche, lleva suficientes monedas y billetes como para animarse a madrugar de nuevo.
- Hay personas que valoran y dan lo justo, lo necesario. Lo que uno necesita. Siempre que vengo oro y le pido a Dios que me ayude.
Rasga las cuerdas del octavo y comienza a cantar “a mí dame un aguardiente, un aguardiente de caña, de las cañas de mis valles y el anís de mis montañas”. Desde niño ha tenido especial gusto por el folclor, especialmente, de esta región colombiana.
A diario, antes de salir de casa, prepara los repertorios del día para no cansar a los ‘clientes’. Interpreta cinco veces cada canción y en la lista aparecen 10 títulos. Tiene alabanzas a Dios, música popular, música colombiana y otros ritmos. Se lanza al pavimento. “Antioqueña que tiene negros los ojos, cabellos rizados y los labios rojos”.
El semáforo dura 70 segundos en cambiar de rojo a amarillo. Tiempo suficiente para ganarse al público. Canta durante un minuto y los restantes segundos son para pasar por entre los vehículos para recibir la paga.
- Cuando estaba chamo me aprendía 10 canciones al día. Ahora, demoro uno o dos días para aprenderme una.
El día está duro para la recogida de dinero. Lleva más de una hora ahí, plantado debajo del semáforo. Mete la mano al bolsillo del pantalón y saca unas pocas monedas que, comparadas con otras jornadas, son escasas. Para consolarse, se pregunta “¿será que la gente no ha cobrado?”.
RAFAEL ANTONIO PABÓN