CÚCUTA.- La tarde del jueves se vio iluminada de conocimiento. El tema, para muchos, pasa a un segundo plano, mientras que para Miguel es el diario vivir. El conflicto armado ha interrumpido la tranquilidad de millares de nortesantandereanos, ha violado innumerables derechos y, aun así, pocos conocen del conflicto. No porque no se haya hecho público, sino porque no todos llegan al fondo del asunto.
Miguel entra en las excepciones. Es de los pocos a quienes les ha interesado conocer de lleno lo que hay detrás de este problema. Es el analista territorial de La Casa de la Verdad y no llegó allí por casualidad, fue impulsado por la necesidad de ayudar a los demás y de ser medio para sopesar, de alguna manera, el dolor que las víctimas llevan a cuestas. Pese a no ser nortesantandereano, ama a esta tierra y trabaja arduamente para sacarla adelante.
Dibuja una leve sonrisa al expresar satisfacción por ser vehículo para construir paz. También, se estremece al escuchar casos dolorosos que con frecuencia atentan contra la dignidad del ser humano.
La construcción blanca, con puertas y ventanas negras, es la representación más cercana que las víctimas del conflicto armado tienen de lo que es un hogar. Un lugar donde sus voces, aún quebradas por el sufrimiento, son escuchadas. Las paredes de concreto guardan los relatos aterradores e inimaginables que hombres y mujeres cuentan. Esa es La Casa de la Verdad.
No funciona como cualquiera de las otras edificaciones donde hay gente encargada de tratar este conflicto. El origen se dio a partir del quinto punto del Acuerdo de Paz, que propone la creación del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No repetición. Aquí, la preocupación radica en entender no solo a las víctimas registradas en asociaciones, también son escuchados aquellos que desde otros ángulos han vivido el azote de la violencia.
Miguel, con voz suave, pero determinante, se preocupó por dejar claro que en este lugar no se pretende brindar un tipo de reparación integral. La misión se centra en la reparación de carácter sicosocial. Se vio la necesidad de llevar este tipo de organizaciones a los territorios y que, desde allí, a partir del núcleo del problema, se investigara la realidad de las víctimas. ¿Cómo vivían antes de la violencia? ¿Cuáles eran sus sueños? ¿De qué manera ven a los victimarios? Estos son parte de los interrogantes que se hacen Miguel y el equipo de trabajo de La Casa de la Verdad.
La satisfacción aflora en su voz al asegurar que cerca del 80 % de las víctimas (o por lo menos un representante), ha logrado establecer vínculo con La Casa y ha sido escuchado.
La Casa, de puertas abiertas en sentido figurado, refleja trasparencia y esperanza. Es el espacio donde el diálogo y el compartir alivian las heridas causadas por la violencia y es posible construir de manera mancomunada propuestas encaminadas a la paz.
Retrocede 3 años para recordar con humildad el proceso que efectuó para unirse a la institución. En primer lugar, se registró en la convocatoria pública ofertada. Luego, tuvo que demostrar que el perfil encajaba perfectamente en lo solicitado. No cualquiera puede entrar. No porque sea un grupo exclusivo, sino por la responsabilidad que lleva trabajar con esta población. Los aspirantes deben tener experiencia y preparación en el tema.
Miguel y los demás miembros del hogar, se formaron durante tres meses para saber acompañar a las víctimas. Era indispensable que los pilares de La Casa estuvieran sólidos para cargar el peso del conflicto. Desde noviembre de 2018, comenzarían a escuchar historias.
Esta rigurosidad permite que La Casa de la Verdad genere confianza y credibilidad. Ha llegado a ser lugar de acogida y de encuentros, donde se hallan aglomeradas diferentes manifestaciones con un punto en común. Exposiciones, conversatorios, debates, tertulias y charlas ligeras se han llevado a cabo.
Gracias a esta Casa y al equipo, quienes han sufrido por la violencia han logrado visibilizar la lucha por la justicia. Encontraron un punto de partida desde donde pueden sobrellevar la vida. Han sido orientados y direccionados hacia las entidades pertinentes para dar continuidad con los casos y, ante todo, encontraron un espacio donde se hace a un lado lo burocrático de una oficina y prevalece la humanidad de un refugio, de un hogar.
DIANA JOSEFA VALDERRAMA