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Surtido el trámite legal, las luces tipo aeropuerto indicaban la salida hacia Tienditas, donde desemboca el puente y por el que tiene ese nombre. / Fotos: MARIO CAICEDO

CALLE DEL HAMBRE. Cesó la horrible noche, ¡abajo cadenas!

UREÑA – Venezuela.- El primero de enero, viví de primera mano la apertura del puente internacional Tienditas, hoy bautizado Atanasio Girardot, en honor al prócer Manuel Atanasio Girardot Díaz, nacido en San Jerónimo (Antioquia), el 2 de mayo de 1791. Murió en Naguanagua (Carabobo), el 30 de septiembre de 1813. Luchó en las guerras de independencia de Colombia y Venezuela.

El show mediático sobre el puente, que costó 16 millones de dólares, fue simpático, aunque con la ausencia de los presidentes Gustavo Petro y Nicolás Maduro, quienes inicialmente dijeron que asistirían. En fin, todo salió bien y, el puente, luego de tantos ires y venires quedó habilitado para el tránsito vehicular.

El 9 de enero, en una charla de amistad, el tema fue la reactivación económica que, sin duda, se ve en las calles de Cúcuta, específicamente en el comercio. Luego de hablar de pesos, dólares y bolívares, el estómago avisó que era tiempo de la hora feliz. La chanza llegó como un remate cómico, “huy, una hamburguesa en la Calle del Hambre”. Las risas sucedieron antes de terminar el comentario, las miradas se chocaron y en menos de dos minutos bajamos 45 escaleras que nos separaban de la primera planta donde estaba el carro azul, fabricado en China, pasado por la trocha y de placas venezolanas.

En 10 minutos, recorrimos gran parte del anillo vial para llegar a Tienditas, la entrada causó cierto tipo de nervios. La guardia pidió que nos identificarnos. El uniforme ajustado distraía la mirada de quienes debíamos identificarnos. Están muy bien de autoridad. Surtido el trámite legal, las luces tipo aeropuerto indicaban la salida hacia el caserío, donde desemboca el puente y por el que tiene ese nombre. La carretera oscura hizo recordar anécdotas de los hoteles del sector, también de cuándo fue la última vez que transitamos esos caminos. Realmente, fue emocionante.

Los semáforos nos ubicaron las calles que debíamos cruzar, más recuerdos. Las tiendas en las que se bebía, los restaurantes donde mejor se comía, las sorpresas de qué sitio seguía abierto y la tristeza de ver cuáles cerraron. Es cierto, en Ureña se ve la falta de comercio, quizás por la falta de dinero. El sector conocido como La Cruz está vacío del apabullante comercio que se vivía hace 20, 10 o 7 años. Los recuerdos del mercado en diciembre, donde se compraban perniles de cerdo enteros, sin importar cuánto pesaran, pues el bolívar nos favorecía. También, la calle llena de pólvora fue recordada.

De repente, las luces se vieron desde la esquina. El chófer gritó ¡está abierto! ¿Dónde paramos? ¿Dónde dejamos el carro? Desde el puesto de atrás leían en voz alta los menús escritos a mano en cartulinas amarillas y marcadores de tinta roja. Las luces son pocas. Los sitios están medianamente vacíos, o llenos, arroz chino tai-pey, caldos Cielo, asadero mi parrilla gocha, pizzas y algo más. Los precios están en pesos colombianos (COP).

Las mesas plásticas amarillas y azules son las mismas de hace 10 años. No sabíamos dónde ni qué comer. “Las hamburguesas siempre fueron lo mejor y si acá está lleno, es porque son buenas”, aseguró el que estaba sentado oyendo lo que le ofrecía doña Cielo. Una mujer, de más de 60 años, de pelo bien tratado y piel blanca, desbordaba amabilidad. “Bienvenidos, qué alegría. Estos días han venido muchos desde allá, dicen que nos recordaron siempre y que en lo primero que pensaron fue en venir a visitarnos. Pensaban que habíamos cerrado, pero no, más bien vayan y digan que seguimos esperándolos”. Doña Cielo sonríe mientras recita la carta con los precios y los ingredientes de la hamburguesa.

Pasaron 2564 días desde la última vez que tuvimos la oportunidad de llegar a la Calle del Hambre, con amigos o familiares, disfrutar de la cocina venezolana, esa cocina generosa en carnes, jamones, queso amarillo, salsas de maíz, ajo, ahumada y otras más. Hace 7 años, no nos reuníamos en esas mesas a comer sin miedo.

Hoy, podemos dar fe de que la reapertura es un bien conjunto, ellos vienen y nosotros vamos. Así nos ayudamos, como se ayudan los hermanos que jamás debieron, ni deben, sufrir esa separación obligada por gente que, desde Bogotá y Caracas, jamás sabrán lo delicioso que se come en la Calle del Hambre.

MARIO CAICEDO

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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