CÚCUTA.- A Fabiola, hace un año, los sicarios le cortaron parte de su vida en Bogotá. Ocurrió en la noche del 26 de enero, a las 7:00 de la noche. Dos sujetos asesinaron a sangre fría a los sacerdotes Richard Armando Piffano y Rafael Rátiga, en un paraje solitario de Soacha.
En los últimos días los religiosos se mostraron nerviosos. No descansaron el sábado ni el domingo, como era costumbre. Pasaron las horas juntos, encerrados. Parecía que huyeran, que quisieran escondérsele a alguien, que deseaban no dejarse ver.
Cumplieron con las obligaciones en las parroquias de Kennedy y Soacha, a las que estaban asignados, en medio de la intranquilidad. El miércoles, se acompañaron por última vez a hacer diligencias terrenales.
Fabiola era la hermana menor de Richard Armando. Por esos días estaba metida en la embelequería de comprar carro colombiano. Llamó al sacerdote en la mañana y le contó los pormenores del negocio. No quedó convencido de lo que escuchó, hizo algunas recomendaciones y se despidió.
Esa fue la última conversación entre los hermanos. El cura salió de la parroquia, sin decir para dónde, con su amigo de estudios, de aventuras y de sueños. A las 6:00 de la tarde, debía oficiar la misa y no apareció. Una hora más tarde, los vecinos de una calle oscura vieron pasar el automóvil y escucharon varias detonaciones. Dos sujetos corrieron del lugar, despavoridos.
Al cabo de unos minutos, los habitantes se acercaron al carro y vieron a los sacerdotes muertos. Avisaron a la Policía y guardaron silencio. El padre Piffano tenía entre las manos la camándula que lo acompañaba a donde iba. A los dos les dispararon en la cabeza.
En la noche, Fabiola no tuvo sobresaltos. A las 5:00 de la mañana, la despertó el repique del teléfono celular. La llamada procedía de Bogotá y anunciaba el crimen de su hermano el sacerdote. A partir de ese momento el mundo material se le cayó.
Los noticiarios matutinos desplegaron la noticia. No dieron los motivos del doble asesinato, solo conjeturaron. La radio también dio cuenta del hecho judicial. Tampoco contaron los motivos del doble homicidio. Las especulaciones comenzaron a rodar en torno al caso.
Richard Armando Piffano Laguado había nacido en Arboledas (Norte de Santander), el 4 de febrero de 1974. Era el quinto hijo del hogar formado por Luis y Beatriz. Tuvo cuatro hermanos, Elisa, asesinada por el Eln en una vereda de ese municipio, en 1990; Guillermo, Vicente y Fabiola.
Estaba próximo a cumplir 37 años y se perfilaba como sacerdote. Los compañeros en el seminario apostaban a que del grupo, sería el Obispo. La bala disparada por los sicarios truncaron esos sueños que comenzó a cultivar en la parroquia de la Santísima Trinidad.
El tabloide bogotano El Espacio, el 14 de abril del 2011, informó acerca de la captura de dos responsables del doble crimen. El matutino tituló la nota, “Alias ‘Don Mario’ mató a los dos sacerdotes”. El móvil sería el robo de $40 millones que llevaban en el carro.
La Fiscalía no volvió a decir nada al respecto. Ante las averiguaciones familiares por el desarrollo de la investigación solo hay evasivas. Como que el caso está bien resguardado, que avanza por buen camino y que llegarán a las últimas consecuencias. Frases de cajón vacías, frías y sin comprometer una esperanza para los dolientes.
Las diócesis a las que pertenecían los curas tampoco volvieron a repicar sobre esta procesión que atormenta a Fabiola. Del saludo protocolario la noche del velatorio se pasó al olvido. El ‘descanse en paz’ fue otra frase convencional sin sentido. Más aún, la fórmula ‘la acompaño en la pena’.
La Policía no ha dado cuenta de otras capturas, ni ha revelado confesiones de los detenidos en aquella oportunidad, ni ha contado si ‘Don Mario’ ha confesado ser el determinador del doble crimen o si es otro ‘Don Mario’. Tampoco ha hecho públicas las causas.
Mientras eso ocurre en Bogotá, con visos de impunidad, a Jardines La Esperanza, con puntualidad religiosa, cada ocho días llega Fabiola para visitar la tumba de su hermano y decirle que no la abandone, que no olvide los juegos que los acercaban, que no pierda de vista a los sobrinos, que la acompañe, que la proteja, que la cuide. Y muchas otras peticiones.
Han trascurrido 365 días a la espera de que la justicia haga su trabajo y esclarezca el caso. En este tiempo han sido demasiadas las lágrimas derramadas. El dolor permanece intacto, así la cotidianidad parezca apartarla del recuerdo del hermano que se fue.
En Bogotá, los amigos de los padres Piffano y Reátega organizaron un encuentro de oración para exigir justicia. La actividad será este jueves, a las 12:00 del día, en la plazoleta del portal sur de Transmilenio. Solo hay que llevar camiseta, bandera, bomba, pañuelo o clavel blancos.
El mensaje de la tarjeta enviada por Facebook dice: “Si a ti te duele su ausencia, te indigna su asesinato, se te corta la voz cuando hablas de ellos, se te arruga el corazón cuando los recuerdas, se te asoman las lágrimas cuando ves sus fotografías, te parece que su muerte no puede quedar impune, te esperamos”.
RAFAEL ANTONIO PABÓN