CÚCUTA.- La vida le ha sonreído a Ofelia, una mujer que tiene de qué reírse de los días vividos. La historia comienza en la vereda Villanueva, el 12 de septiembre de 1912. Ese día nació y en pocas horas la numerosa familia, compuesta por 8 hijos, 37 nietos, 60 bisnietos y 20 tataranietos, le celebrará los 99 años.
Los recuerdos la trasladan a Boyacá, otra vereda del destruido Gramalote, y la hacen hablar de los momentos compartidos con los dos hermanos y los padres mientras araban la tierra, cultivaban chocheco, cargaban agua al hombro, arriaban las bestias, lavaban la ropa en el río y subsistían en ese ambiente sano que les proporcionaba el campo.
Las imágenes aparecen frescas en la memoria, que se muestra blindada contra el paso del tiempo. Piensa en las casas de teja, con paredes de barro; la iglesia pequeña y las calles. Suelta las frases con espontaneidad, como aprendió en ese municipio destruido por la naturaleza en diciembre del 2010.
Dos semanas antes de la tragedia la mandaron en colectivo para Cúcuta, ciudad que no le gustaba por el clima caluroso, contrario al fresco del pueblito al que llegó en busca de porvenir.
No estudió, porque en su época no existía escuela. Lo poco que sabe leer y escribir lo aprendió en una casa de familia a la que iba para salir del analfabetismo. El caserío, poco a poco, creció con la llegada de los campesinos.
La sonrisa amable deja ver la dentadura de oro. Los ojos se iluminan cuando se declara goda y católica. No le hace mucha gracia nombrar a Laureano Gómez y no quiere recordar si votó para su presidencia. A misa bajaba cada 15 días y prendida de la mano de la tía para evitar la pérdida.
La pobreza campesina no le impidió levantar el hogar junto a su marido Leonidas, fallecido hace 12 años. La muestra es la unión de los hijos que la rodean y el cariño de los que forman parte de esa innumerable descendencia.
A finales de noviembre de 2010, comenzó a sentirse la falla geológica en Gramalote. Las hijas de Ofelia sabían lo que ocurría y callaron para no alarmarla. “No me dieron a oler de eso”, se quejó. Los familiares reunidos a su alrededor hicieron silencio.
Las lágrimas quisieron brotar con el recuerdo, pero pudo más el esfuerzo para detenerlas. Los ojos se humedecieron un instante. “Me tocó venirme contra mi voluntad. Aquí estaré hasta que Dios disponga las cosas”.
Hoy, es la mujer con mayor edad en condición de damnificada de Gramalote y sueña con ver al municipio de pie, como lo encontraba cuando bajaba del campo. Solo que ahora está rodeada por los familiares que la cuidan, miman y quieren en demasía.
El 18 de septiembre, como muestra de ese amor que le profesan, asistirá la mayoría a la eucaristía que se celebrará como acción de gracias por los años vividos. Habrá un brindis. No será una fiesta, porque a Ofelia le fastidian los borrachos.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
Fotos: MARIO CAICEDO