CÚCUTA.- Monseñor Julio César Vidal Ortiz llegó puntual a la cita con los periodistas cucuteños. El blanco impecable del alba contrastaba con el moreno de la piel y el morado de los ornamentos. La sonrisa nunca desapareció, quizás haciendo honor al característico humor costeño. Nació en Tierra Alta (Córdoba).
El desprenderse de su tierra le dio duro. “Me arrancaron como a una mata de yuca. Me sacaron. Cuando me informaron me estremecí, pero todo lo dejo en manos de nuestro Señor. Por algo quiere que esté acá en Cúcuta”. No viene con propósitos personales, solo sigue los pasos de Jesús.
El nuevo Obispo de Cúcuta es cortés, generoso, amable, inteligente. Como teólogo ve en Dios la perfección y la divinidad. Como hombre, es especialista en establecer diálogos de paz con los grupos al margen de la ley. Lo ha demostrado en los dos últimos años, en procesos que guió con las autodefensas.
Tildó el conflicto armado de Colombia como estúpido y sin sentido. “En estos dos últimos años he descubierto que los insurgentes se quieren desmovilizar”. Lo afirmó con una breve historia que protagonizaron un guerrillero y un paramilitar que llegaron a su iglesia desde algún punto de las altas montañas cuando era párroco en Montería.
Frente a los diálogos de paz, cree que el Estado tiene voluntad, y exige muestras de parte de los alzados en armas. “El Gobierno es objetivo y prudente, lo ha demostrado, solo que está en todo su deber de exigir garantías”. Ve el proceso de desmovilización con buenos ojos y llama a los grupos al margen de la ley a entrar al vientre del bien.
Los jóvenes y los niños
Para monseñor Vidal, los niños y los jóvenes se deben trabajar desde la familia. En el Plan de Evangelización propone trabajar la familia para llegar a los niños. “Hay que defenderlos e iluminarlos, protegerlos de esta sociedad que tanto daño les hace”.
Recordó, sin perder la sonrisa, que de niño quiso ser médico. En esa etapa entendió que su vida debería estar entregada al servicio.
Tiene amplio recorrido como sacerdote. Se ordenó en 1973, el 7 de abril. Fue vicario parroquial en diversas parroquias, y párroco de Chinú, Sotavento y de Nuestra Señora de Fátima, en Montería. Recibió la responsabilidad de suceder a monseñor Jaime Prieto Amaya con amor y dedicación.
Se levanta de la silla, y antes de la despedida impartió la bendición. Toma el último sorbo de limonada y se pierde entre las flores amarillas que adornan el salón de la iglesia Santo Domingo Savio.
texto y fotos: Mario Caicedo