CÚCUTA.- Próximo a cumplir 8 años, Jeison se percató de que su estatura era igual o superior a la de su padre. Medía 1,72 metros y los pies eran más grandes que los de los amigos, con quienes a menudo comparaba el tamaño y sobresalía por varios centímetros.
El nacimiento fue normal. Midió 51 centímetros y pesó 4,5 kilos. Las primeras ocho primaveras llegaron acompañadas de fuertes dolores de cabeza, que marcaron el comienzo de la enfermedad. A los 10 años, los huesos le traqueaban y los quebrantos eran frecuentes.
A los 12 años, medía 2,12 metros y calzaba 50. Los médicos detectaron que padecía de acromegalia, acompañada de gigantismo, como en dos por uno. “Era el más alto de mis compañeros. Los zapatos me duraban una semana y media. Les rompía la parte de adelante y me dolía mucho, así que usaba cotizas”.
‘Manoplas’, ‘Gigante’, ‘Patón’, ‘Torre’, fueron algunos de los sobrenombres que recibió por parte de los compañeros en tercer grado. “Me decían muchas cosas feas, me trataban mal, me caían a golpes”. Pelear hizo que ganara respeto y admiración entre los demás niños.
Cuando lo molestaban era agresivo. Los maestros creían que padecía problemas sicológicos. Le hicieron una prueba con 300 preguntas, y sacó cien sobre cien. Solo ha tenido una pelea en la vida, porque no puede controlar las fuerzas. “Soy como el agua, tranquilo, pero cuando llega la tormenta, nadie me para”. Lo disgusta que le hagan algo a la familia o que interrumpan la tranquilidad de un niño.
Nació en el seno de una familia humilde, el 16 de octubre de 1995, en Maracay (Venezuela). Los padres lo criaron con valores cristianos, le han enseñado la importancia y el valor del mundo. “Le dijimos que iba a ser famoso. Pero no como los famosos de dinero, porque no tienen a Dios en el corazón. Famoso de amor, de bondad, de esperanza”, dijo el orgulloso padre Jairo Rodríguez.
En la escuela se sentía mal, tanto que perdía el conocimiento. Gracias a Dios y al apoyo familiar ha logrado aceptarse como es. “Cuando me decían cosas malas lo que hacía era respirar y respondía con una sonrisa”. Recalcó la importancia de vivir la vida con alegría y entusiasmo, pese a las adversidades.
“He pasado unas vivencias que a nadie se las deseo, a nadie”, afirmó Jeison. A los 12 años, dejó la escuela. Lo internaron en el hospital y estuvieron a poco de operarlo de la glándula pituitaria. “Me tenían en el quirófano y de repente llegó la doctora como una bendición. Dijo que no me operarán, porque si lo hacían quedaba en estado vegetativo o podía morirme”.
En el barrio donde se crio abundaban las drogas y las malas compañías. El primer trabajo lo desempeñó a los 15 años, se trataba de recoger botellas en la calle, en la bicicleta rosa que le regalé el padre. En oportunidades llegaban los amigos con pistolas y drogas a invitarlo a seguir esos pasos. Por esta razón, en la actualidad hace parte de la ‘Campaña gigante contra la explotación sexual y comercial de niños y adolescentes, y no a las drogas’, que adelanta la Policía de Infancia y Adolescencia de Cúcuta.
La sociedad lo ve como un ícono y orgullo venezolano. Los padres, como el ‘bebé Gerber’, en alusión a las compotas. El rostro y las actitudes son los de un jovencito que todavía parece no acostumbrarse a la desmedida atención que despierta cada vez que sale a la calle. “Las personas, a veces, parecen no ser conscientes. Duro hasta dos horas parado tomándome fotos”.
El pie derecho mide 41,5 centímetros y el izquierdo, 40,5 centímetros. Calza 70. Cuando no encontraba zapatos en Maracay, utilizaba sandalias hechas de llantas viejas y de tela para llegar a la escuela o a otras citas. Georg Wessels, dueño de una fábrica de zapatos en Alemania, creó los nuevos zapatos de material, diseñados solo para Jeison.
El primer par lo diseñó en el 2011, cuando viajó a Venezuela. Al encontrarse le dio la noticia que tenía los pies más grandes del mundo. “Georg se llevó mis sandalias a un museo que tiene en Alemania y me puso zapatos nuevos”.
El mayor logro es haber obtenido el Guinness World Records, en el 2014. Jeison es el cuarto hombre más grande del mundo y el primero de Latinoamérica. Mide 2 metros con 36 centímetros. Trabaja como carretillero en la frontera y con lo que le ayuda la gente y que se rebusca compra las pastillas, porque las inyecciones valen 4,5 millones de bolívares, precio inasequible a los recursos económicos de la familia.
“Las inyecciones me ayudan a regular las hormonas de crecimiento, la glándula pituitaria. Tengo 4 años que no me las aplico y eso hace que crezca cada vez más”.
Se considera exitoso y ha tenido la oportunidad de conocer celebridades del mundo y viajar por Francia, Holanda, Alemania, Roma e Italia. Tiene grandes ambiciones. Quiere convertirse en chef reconocido mundialmente y si eso falla volverse estrella de cine. Le encantaría ayudar a quienes sufren de anomalías y cuidar de niños y embarazadas. Es honesto, respetuoso y no dice malas palabras.
JASBLEIDY JAIMES