CÚCUTA.- Luis Miguel Brahim Martínez, ‘Lucho Brahim’, un ‘loco’ por la pintura y la escultura, nació el 10 de abril de 1966. Los inicios en este campo de las artes fueron en el colegio. Los cuadernos los llenaba de atrás para adelante con dibujos que hacía en todas las clases. Murió este 8 de enero, a los 53 años.
Era de estatura mediana, piel blanca, ojos verdes y cabello plateado. A los 17 años, conoció a su escritor favorito, el colombiano Andrés Caicedo, autor de las novelas ‘Viva la música’, ‘Angelitos empantanados’ e ‘Historias para jóvenes’. El segundo escritor en preferencia, por el estilo y la poesía, era Wall Whitman.
En Bogotá estudió artes visuales, en la Universidad de los Andes. La vida le dio la oportunidad de presentarse para una beca y demostrar las habilidades como artista. El Banco de la República tenía un programa de jóvenes talentos en distintas áreas, y en 1987 fue becado. Viajó a Barcelona y le agradecía a Dios por haberle dado esa fortuna de hacer la especialización en pintura mural en la Escuela Macana. Aprovechó al máximo esa experiencia.
Tiempo después, afianzó los estudios en la Agencia de Cooperación Española para Iberoamérica. Vivió un tiempo en Madrid, donde se especializó en pintura y en medios audiovisuales. Asistió a seminarios, talleres y cursos para incrementar la preparación en artes.
Una motivación para escoger esta pasión fue la bruma que sentía flotar en el ambiente de la casa. Su madre tenía profundo conocimiento del arte de los artesanos de Norte de Santander y el padre era arquitecto. Estas condiciones familiares crearon las facilidades para entrar en el mundo como artista.
“Un artista en este camino sabe que no es fácil y debe obrar con cautela y paciencia para posesionarse en este medio”, dijo en su momento. Sus pinturas lograron reconocimiento en galerías, salones y museos.
Su pensamiento de felicidad perfecta era un estado y no una emoción. Era un hombre feliz, porque sentía que lo que hacía estaba bien y lo que vendría sería la aceptación de las cosas. Uno de los momentos más difíciles, fue despertarse después de una operación a tórax abierto. Por suerte no le llegó la hora de partir al más allá.
Algunos pasatiempos eran tocar guitarra, la magia con fuego y arreglar el jardín de la casa, donde pasaba el mayor tiempo. Ahí, aprovechaba para hacer lo que más le gustaba. Tenía ‘envidia sana’ por todo aquel que es capaz de manejarse en el código matemático por la música.
LAURA GIRALDO
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