VILLA DEL ROSARIO – Norte de Santander.- Es martes. Hay curiosidad por saber cómo se hace un tatuaje. Hamilton Ruiz trabaja en un local decorado con objetos curiosos. La pared está pintada de morado y adornada con un cuadro de los Tres Chiflados, que hacen ver atractivo al lugar. Son las 9:00 de la mañana.
El tatuador tiene 36 años y está conforme con ese talento. Cree en Dios y lo define como un ser divino y supremo. Quizás por eso en el sitio se respira un ambiente de paz. En el momento de trabajar les pone pasión a las máquinas, porque un tatuaje “es plasmar algo en la piel que se haya vivido” y que siempre quedará en el cuerpo. Para alcanzar el éxito deberá estar seguro de lo que hace con profesionalismo.
A los 15 años, decidió tener el primer tatuaje y se lo pintó en el hombro derecho. Ocho de sus compañeros tienen uno igual, a manera de vínculo de fraternidad y de solidaridad. Aún conservan el dibujo, así hayan trascurrido 21 años desde cuando el artista los plasmó.
El sitio de trabajo de Hamilton es particular y diferente a cualquier otro lugar, o por lo menos así parece para quienes lo visitan. El calor es desesperante al promediar la mañana. El artista viste franela. En el rostro se refleja una expresión jocosa al recordar aquel tatuaje curioso que le hizo a un hombre en la cabeza. Tardó dos horas en hacerle el dibujo en el cráneo desprovisto de cabello. Al cliente le gustó el resultado.
Marco Perutti es otro tatuador y llega con Nicol, una joven de voz particular, cabellera abundante y vestida con pantalón corto. Quiere llevar una frase en la parte derecha de la espalda. Al finalizar la faena y ver el tatuaje, la mujer queda cautivada con la destreza de Marco.
El tiempo pasa entre la charla, el trabajo, la tinta, las máquinas y las visitas. El peor tatuaje que ha hecho Hamilton es el de un delfín saliendo del agua. “Quedó como un huevo frito”. La anécdota despierta risotadas que llenan el pequeño espacio. Son las 3:00 de la tarde.
El artista no paró de hablar acerca del procedimiento, la inspiración y el entusiasmo que lleva cada trabajo. Recordó algunos hombres y mujeres sobre los que tatuó dibujos, figuras abstractas o rostros.
La vitrina está llena de elementos dignos de admirar, y cada pieza tiene una historia. Sorprende, por lo curioso, que un hombre como Hamilton sepa ornamentar un sitio como este. La decoración tipo roquera y el estilo único no molestan a quien se anima a conocer el lugar.
El establecimiento es algo más que ese lugar donde dos hombres hacen lo que les gusta y que tienen la capacidad de elaborar un tatuaje. Aquí, se encuentran dos sujetos con quienes se puede hablar y definir qué se quiere conservar para el resto de la vida mediante este arte.
RONEY IBÑAÑEZ
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de Pamplona
Campus de Villa del Rosario
Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co