Los auténticos protagonistas de estas fiestas son los chiquillos. Los demás se contagian y le dan un toque familiar. ¿Pero cómo hicieron papá y mamá para acrecentar la fe en la Navidad? Es una tarea mágica para los padres. Aunque no hay una fórmula especial, conlleva todo un proceso. Primero, los padres se casan, llegan los hijos, el bautizo, la catequesis, la primera comunión, la confirmación y para estos años los niños tienen un mayor desarrollo cognitivo, empiezan a creer en algo que no ven, como el misterio del nacimiento del Niño Dios. Mamá y papá colaboran en esta formación hablando y dando testimonio de valores humanos como la vida en familia, la amistad, la solidaridad. Luego, la parroquia, los amiguitos y, eminentemente, la escuela dejan huellas en el niño. Además, como lo señala Erik Erikson, sicólogo destacado por sus contribuciones en la teoría del desarrollo, la espiritualidad se promueve creando confianza y seguridad en el hijo, cultivando la libertad, demostrando interés en la vida de los hijos, fomentando y promocionando los valores. Pero el niño tiene que partir de la objetividad.
Y la realidad de la Navidad empieza con el nacimiento y los obsequios del Niño Dios. Se habla que este Ser viene y deja el regalo, dependiendo si es un niño bueno o malcriado. Se elabora la carta dirigida al Niño y lo cierto es que este, omnipotente, siempre da algo diferente a lo que se pide. Posiblemente, la carta está mal escrita para los cinco años en que el chiquillo deletrea y aún así a los hermanos mayores que suelen escribir mejor también el regalo es diferente. En este momento los padres comienzan a educar en la fe por medio del juego no para su beneficio; por el contrario, para acompañar el proceso escolar y parroquial con respecto al crédito de la Navidad.
En medio de tanta preocupación por la carta del Niño, los buñuelos, los pasteles, la natilla, hay momentos en los que surge una especie de intranquilidad, si al Niño se le olvida la dirección, si no viene…. Vuelve el sosiego del comportamiento en los días anteriores. Mamá recuerda que el Niño tiene exceso de memoria y no olvida las travesuras de los niños durante el año; sin embargo, nos ha contado historias: el Niño Dios tiene la gracia de perdonar siempre y cuando recapacitemos en la falta cometida, logrando modificar nuestro comportamiento por un lapso de tiempo.
Más adelante, comprendemos que estos regalos son obsequiados por los padres y vienen del quehacer de ellos. Dios les ha dado la gracia del trabajo, acompañado de los talentos para que puedan desempeñar el oficio. Este es el momento adecuado para descubrir una opción de fe, cuando el niño puede aceptar o rechazar libremente esta creencia siguiendo un estilo de vida distinto al que la sociedad suele proponer.
Y llegada la noche esperada, se abren los regalos. A unos les trae lo necesario, a otros en exceso. Todos salen a la calle a mostrar y compartir los obsequios, siempre pensando en el año entrante qué pedir. A ver si cuela una bicicleta ¿por qué será que el Niño Dios omite lo que quiero?
En la cena navideña, mamá siempre sorprende con sus travesuras en la cocina. Hace hayacas deliciosas y solo ella las sabe envolver con una pita ajustada y enrollada tres veces por si se revientan; masato de guarapo fuerte, preparado con leña, que con dos vasos nos vamos a dormir. Y la fiesta termina con el amanecer o el momento en que un participante entra en estado de intoxicación con el alcohol sin controlar las funciones motrices del cuerpo.
Al despertar, la fiesta ha terminado. Se disfrutan de alguna manera los obsequios recibidos y esperando la próxima Navidad con la esperanza que el siguiente año el Niño deje caer los mejores regalos en casa.
LUZ ESPERANZA GUTIÉRREZ
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