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Para ellos el estar en la perla del norte, pidiendo monedas para el sustento no es fácil, puesto que hacen parte de una población indígena. / Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co

CRÓNICA. Un camino lleno de esperanzas

CÚCUTA.- Todos buscan nuevas oportunidades. Unos emigran hacia el sur; otros, al norte, y así van poco a poco caminando y trazando linderos que no saben a donde llegan. Cúcuta ha acogido a muchos turistas, hombres y mujeres, que se mentalizan con salir adelante a pesar de las circunstancias, pero esta familia tiene muchos complementos en el rostro que demuestran temor.

Para ellos el estar en la perla del norte, pidiendo monedas para el sustento no es fácil, puesto que hacen parte de una población indígena. Esa misma a la que muchos miran con desprecio por ser individuos desconocidos y más cuando la cultura se hace sentir y los rasgos físicos son diferentes.  Aquí empieza una nueva etapa para muchos de ellos.

En las calles de la capital de Norte de Santander caminan, diariamente, de acera en acera y logran reunir el incentivo para los hijos. Son oriundos de San Antonio del Táchira (Venezuela). La etnia indígena reside en la ciudad hace tres años y desde entonces no ha parado de hacer lo que hace. No obstante, los miembros no entienden muy bien el español y hablan en su lengua natal zarappa.

Un vaso o un bote es lo que tienen como objeto para pedir monedas. Nadia del Carmen tiene poca  comunicación con los cucuteños. El cuello lo adorna con un collar artesano, símbolo de su cultura y su identidad, de diferentes colores y amuletos de varias formas. Para ella no es un secreto que no pertenece aquí, sabe que hay gente de buen corazón que le tiende la mano.

Niños en brazos, diferente vestimenta, esa mirada de ternura y a la vez de incertidumbre es lo que se apodera de esta población indígena. Llevan dos bebés de  cinco meses y una niña de seis años. No dice una palabra, simplemente sonríe al ver que tanta gente le pregunta de dónde viene. No tiene respuestas, solo sonríe.

Aguardan horas y horas con la esperanza que alguien pase y les dé algún alimento, gaseosa con pan, pollo o alguna fruta. Se sienten satisfechos, porque a pesar de la espera al final del día están con ‘la barriga llena y el corazón contento’. Nunca se quedan en un lugar, se movilizan por  la ciudad. Inclusive, la otra parte de la familia ha llegado hasta la Ciudadela Juan Atalaya. Allí, las puertas no han sido cerradas, al contrario la gente amable le ha brindado techo y alimentos.

Sin apuros, esperan mejorar, con el fin de encontrar realmente un espacio que los acoja de buena manera, sin críticas, sin ser excluidos por ser diferentes y volver a la vida que tenían en el país natal, Ecuador. Mientras tanto, siguen con las esperanzas elevadas, aunque las situaciones se tornen abrumadoras y sin salidas. La única compañía después de la familia es el silencio, ese que les demuestra más seguridad que los mismos habitantes de Cúcuta.

YULIANA MARTÍNEZ

Sobre Rafael Antonio Pabón

Nací en Arboledas (Norte de Santander - Colombia), educado y formado como periodista en la Universidad de la Sabana (Bogotá), gustoso de leer crónicas y amante de escribir este género periodístico, docente en la Universidad de Pamplona (Colombia) y seguidor incansable del Cúcuta Deportivo.

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