El camino hacia el hogar de Felipe se recorre en medio del calor cucuteño. No es raro en realidad, pero de verdad el sol está imponente. Al llegar, se ve al hombre que asoma la cabeza por una puerta del segundo piso y hace el reclamo, “estaba que me iba”, que acompaña con una gran carcajada. Trascurren unos minutos mientras baja y se dirige al portón para permitir la entrada a la casa.
Felipe es joven. Al sonreír deja ver los frenos que lleva en la dentadura. Es de tez morena y mide 1,60 metros. Saluda con un buen apretón de manos seguido de un abrazo. Al fondo del lugar se ven tres personas en el comedor, revisan documentos o hacen cuentas. El tono de voz es alto y el eco se esparce por la casa.
La sala es apropiada para iniciar la charla. Es pequeña, la decoración es particular, está repleta de diminutas figuras de madera o tótems, su tío es el dueño de la colección. Las trajeron de diferentes partes del país y algunas son de otros países.
Felipe practica el roller, deporte extremo con patines. Se acomoda en la silla, está relajado, casi acostado. En la niñez conoció el patinaje por un primo. Suelta una carcajada al recordar que no le iba bien con esta disciplina, mientras que al pariente sí. Le tomó gusto y comenzó a rogarle al Niño Dios para que Navidad le regalara los patines. El auge en los 90 en Bucaramanga era el patinaje. Los amigos y el primo practicaban constantemente el patinaje, lo que lo incentivó a mejorar.
A los 17 años llegó a Cúcuta y empezó a buscar jóvenes que lo acompañaran. Aunque eran pocos los que lo practicaban, siguió en la actividad y poco a poco conoció a otros muchachos con los que se entendió. Felipe relata la historia y sonríe. Desvía la mirada al horizonte, el recuerdo lo satisface por devolverlo a ese ambiente.
Junto a Andrés Quintero, tatuador profesional en la ciudad, coincidieron en la idea para construir el skatepark y abrirles un espacio a los jóvenes que practican deportes extremos. Se levanta un momento de la silla, estira las piernas y opta por una nueva posición. Vuelve a soltar una carcajada. “Todo fue algo muy rápido”. Un domingo se ciclovía se encontró con Andrés y entusiasmado le dijo “bueno, vamos a hacer algo”. A partir de ese momento se dieron a la tarea de buscar ayuda y acudieron al Instituto Municipal de Recreación y Deporte (IMRD).
El director del organismo estatal les dio el sí rotundo al ver el proyecto de Felipe. “Fuimos como vacas locas, corriendo”. A los días le dijeron al funcionario que para el mes siguiente habían programado la inauguración del skatepark. “Puso cara de psicópata al escuchar esto”. Lleva las manos a la cabeza y la sacude para expresar la reacción del director. El trabajo se adelantó mediante la colaboración comunidad – gobierno. El Estado dispone recursos para la adecuación y quienes están a cargo del proyecto buscan la mano de obra.
Estos deportes extremos, aunque la práctica es individual, crean unión entre los practicantes. Se hizo el llamado para adelantar la obra. Felipe, con entusiasmo, explicó que llegaron muchas manos para colaborar. La idea, a largo plazo, es fomentar semilleros que incentiven a los niños a practicar deportes extremos, ir a los colegios a hacer demostraciones y atraerlos, explicarles lo divertido y bueno que es esa práctica.
Y llegó el momento de ver a Felipe en acción. Se levanta de la silla para buscar los patines, el casco, las coderas y las rodilleras. En los implementos se notan los rasguños causados por caídas y aventuras. El lugar de práctica está en El Malecón. Es una media torta rodeada de gradería en cemento. Hay dos rampas y un cajón en medio del sitio. El sol no está tan ardiente como hace 40 minutos.
Ajusta el casco y los implementos de seguridad. Rueda por un camino inclinado, da la vuelta, se agacha, alza la mano con el pulgar arriba y se desliza a gran velocidad para saltar el cajón que hay en medio del lugar. En el giro de 180 grados une los patines con el cajón y se desliza para al final dar un salto. La alegría se nota y grita. Continúa la práctica. Lo apasiona estar en ese lugar que con dedicación construyó.
RÓMULO GARCÍA
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de Pamplona
Campus de Villa del Rosario
Foto: Especial para www.contraluzcucuta.co