CÚCUTA.- Los momentos difíciles que la vida les planta a los seres humanos por poco hacen que el arte perdiera a un pintor y a un maestro. La responsabilidad asumida en el altar llevó a ese hombre a alejarse del otro amor y a tomar un rumbo no deseado. La supervivencia lo separó de lo que el destino le tenía deparado. Luego, el tiempo, la razón y la piquiña artística lo devolvieron al camino del que nunca debió desviarse.
“He estado metido en este cuento toda mi vida. Empecé a los 9 años”. La confesión es de Alonso Cerón. A esa edad empezó a tomar en serio la pintura. Tuvo un receso de seis años, en la década de los 70, por culpa del matrimonio y porque creyó que no podría vivir del arte. “Estuve luchando, hacía algo para vender”.
Luego, se decidió, encaró a la esposa y le dijo con decisión “vamos a tener un tiempo de dificultad, pero no puedo dejar el arte. Así fue. Hubo días difíciles, pero desde esa época vivo de la pintura”.
En el tiempo de retiro forzoso trabajó en la carpintería del papá. Aprovechó que la talla estaba de moda y la tomó como arte. Diseñaba los muebles. Después, recaló en la decoración de grilles y discotecas. En esos dos oficios dejó volar la creación, por lo que considera que no estuvo retirado del todo.
Pasados los años y superadas esas vicisitudes, hoy puede decir que del arte sí se vive. Lo afirma rodeado por los cuadros que cuelgan de las paredes del Centro Cultural Municipal, donde se desarrolla el 18 Taller Alonso Cerón. La muestra permite a los alumnos del maestro exponer los trabajos elaborados en carboncillo o al óleo. “No vivo súper bien, pero tampoco vivo mal”.
Este ejemplo les ha servido a muchos de los estudiantes salidos de la escuela que montó dos décadas atrás y que han despejado la teoría que todo pintor es bohemio. “Gracias a Dios bebí un tiempo, pero logré estar dentro del arte sin ser un bohemio total”. Esto no quiere decir que no tome unos tragos acompañado de amigos para discutir de la vida, el arte, la política, la ciudad, el país y de esos asuntos que el alcohol saca a flote.
Nació en Málaga (Santander). La familia está repartida entre el campo y la urbe. En las vacaciones prefirió pasar los días en Molagavita, antes que viajar a Bogotá, Bucaramanga o Cúcuta. En ese pequeño pueblo santandereano montaba a caballo y aprendió a amar la naturaleza.
De esos días tiene la influencia paisajista en los cuadros. “Me gusta el costumbrismo”. La preferencia a la hora de dedicarse a una obra se la llevan el carboncillo y el pastel, por aquello de ser dibujante, aunque lo que más trabaja es el óleo y el acrílico.
A Cúcuta llegó por prescripción médica. Para aliviarse de los bronquios debía buscar tierra caliente y la familia materna lo arrastró. “Pudo más el cariño hacia mi abuela, por parte de mi papá, y prefirió esta ciudad”. Nunca ha estado desvinculado de la patria chica. Cada año va a Málaga y participa en el salón de artes que organizan en las ferias. De las 32 exposiciones solo ha faltado a 2.
El trabajo artístico lo ha marcado por épocas. Ha habido tiempo solo para desnudos. Hace cuatro años empezó a planear una exposición y no la ha terminado. La exigencia interrumpió la muestra. “El cuerpo humano es exigente”. Otras actividades le han quitado días al trabajo. Los dibujos están listos, falta pasarlos a la tela. Las horas pasan sin permitirle concretar la exhibición.
El paisaje está entre los preferidos, porque lo retrotrae a la feliz niñez en el campo. La última de las etapas está dedicada a la música. El padre y la madre son músicos profesionales. “Como no tuve oído, ni la puedo interpretar ni escribir, la pinto”.
La obra cumbre del maestro Cerón son los desnudos que vendió para unos clientes en Caracas. “Logré (captar) en realidad lo que es la belleza. Son desnudos en la parte rural, en el paisaje”. La locación se hizo en Pozo Azul. El cuadro muestra a una mujer desvistiéndose y tiene como fondo la naturaleza. “Es lo mejor que he hecho”.
Nunca se ha dejado arrastrar por la decepción de una obra. “No he llegado a maltratar a ‘un hijo’, porque cada cuadro es como un hijo. A renegar, de pronto, sí. Poco dejo trabajos sin terminar”.
Entre los alumnos sobresalientes del taller nombró a Paula Torrado, Fabio Latorre, Luis José Rodríguez, Mario Izquierdo y Hugo Vergel. A los demás no es que los olvide, sino que es larga la lista. “Afortunadamente, ha cambiado la mentalidad hacia la pintura y ha habido apoyo del Estado”.
La obra mejor vendida es el cuadro ‘El mercado de Málaga’. Los miembros de la familia que lo quería comprar hicieron una subasta interna y el mejor postor se quedó con el óleo. La esposa se tomó revancha de los sufrimientos del comienzo del matrimonio y comprobó que del arte sí se puede vivir.
“La venta la hizo mi señora. Dijo, ‘si el cuadro sale de aquí, tiene que venderse en tanto, porque me tiene que quedar tanta plata’. Y lo vendió”.
RAFAEL ANTONIO PABÓN
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